El presidente de la República está enfermo y a los ecuatorianos nos corresponde condolernos y desearle, como a cualquier conformante del prójimo, fortaleza y restablecimiento. Jamás participaremos de desquites psicológicos ni sentimientos mezquinos que lleven a solazarse por los sufrimientos de ningún ser humano. Deploramos la venganza y el revanchismo, por mucha decepción que provoquen las acciones –tal vez, las omisiones y la pasividad– de quien ejerce el máximo poder del Estado.

Esta actitud no nos resta criticidad para mirar el quehacer del Ejecutivo. Al contrario, nos inquieta que a la ingente suma de preocupaciones que debe turbar la serenidad de la mente más atenta a la realidad nacional, se le desplace la concentración hacia sí mismo –cosa inevitable– y soslaye las decisiones que a diario deben brotar de aquel a quien confiamos los destinos del país. Estamos mal. Insatisfechos, impacientes, desesperanzados. No sentimos mejoría en ningún sector de la actuación pública. Y a ello contribuyen el escándalo de turno, la confrontación de poderes, la desconfianza en los funcionarios que ostentan las grandes responsabilidades.

Estamos mal (...). No sentimos mejoría en ningún sector de la actuación pública.

Recuerdo vivamente los tiempos de campaña, cuando escuchamos que el Sr. Lasso emprendía su tercera búsqueda de la Presidencia, sujeto a los consejos de sus asesores, para lo cual se vistió de otra manera, utilizó malas palabras al mismo tiempo que dio muestra de ideas claras sobre lo que tenía que hacer para mejorar al Ecuador. Fue un maestro paciente y regañador frente al joven contendiente y nos convenció a muchos de que teníamos que votar por él o, al menos, contra el que parecía movido a control remoto por un cerebro externo.

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Al año del nuevo gobierno, muchísimos estamos decepcionados. No solo no se cumplen las ofertas de campaña, sino que el gobierno parece empantanado en una inmovilidad que luce producto de la inexperiencia y del desconocimiento. Sentimos que la sociedad se ahoga por múltiples flancos mientras abismos de violencia se abren a nuestros pies. El nombre que se repite en las frecuentes explicaciones es el narcotráfico. Si ese vórtice, cuyas fauces tal vez vienen desde un atrás muy cercano y hasta de origen identificable, es real, esperamos las políticas de enfrentamiento y expulsión de un mal tal execrable. Poderoso, eso sí, tentacular y multifacético, pero la historia da muestras de que es combatible.

En este contexto, me da por pensar en las luchas interiores del presidente. Asaltado por la cambiante realidad de cada día, al mismo tiempo que tiene frente a los ojos los arraigados problemas del país –el desempleo, la falta de seguridad jurídica, el pozo traicionero de la Asamblea, el proceder zigzagueante de los órganos de justicia, la voracidad de los políticos que, con próximas elecciones seccionales, ya afilan los dientes para el mordisco, la tristeza instalada en el común de los ciudadanos–, lo supongo agotado, insomne, atribulado. Debe amar al Ecuador, como tantos lo amamos, debe buscar soluciones dentro de ese mundo de salidas y componendas que es el del poder. Debe sufrir por el país porque este presente no se puede mirar con indolencia, so pena de que solo fracaso y destrucción queden para las próximas generaciones. Nos estamos jugando el tiempo y la vida, señor presidente, usted y todos. (O)