No lo conozco ni lo he tratado, aunque una vez lo vi en un lugar público antes de su elección. Hace tres años, a veces lo escuchaba en los sabrosos chacoteos mañaneros de radio Canela, cuando abordaba un taxi en Quito. No voté por usted, porque pensé que había un mejor candidato de entre ese montón. No lo rechazo por su origen y apellido, porque considero que, en esta ciudad, casi todos (incluyéndome) somos más o menos cholos, aunque nos pasamos la vida disimulándolo y renegando de ello. Esperaba verlo dirigiendo la defensa de la ciudad en octubre de 2019 y me decepcionó. He seguido con pesar los avatares de su gestión y las impugnaciones a su mandato. No lo considero el único responsable de que Quito sea, actualmente, la capital inmanejable de un país ingobernable y de esta nación improbable. Aunque pienso que usted tiene mucho que ver con ello.

Como escribí hace poco, el Quito del 2021 carece de identidad y pertenencia. Es una masa de crecimiento neoplásico acelerado y maligno, fea y peligrosa. Quizás se requiere un cambio en el régimen de administración municipal, como aquellas ciudades que tienen un alcalde metropolitano y varios alcaldes distritales con sus correspondientes concejos municipales. El Quito presente le queda grande a cualquier burgomaestre solo, no se diga a quien tempranamente verificó el principio de Peter: su promoción a la Alcaldía inauguró el comienzo de su incompetencia. Además, y salvo dos o tres excepciones, el concejo edilicio que lo acompaña reproduce y condensa los peores defectos de nuestra Asamblea Nacional, incluyendo la presente, lo cual es mucho decir. No me corresponde juzgarlo en aquello de lo que se le acusa, pero he escuchado a algunas personas que laboran en el Municipio quiteño, y ellas afirman que usted ha introducido un estilo inédito, desagradable e ineficiente.

Supongo que le causó profundo dolor lo de su adorado aunque “indelicado e inmaduro” hijo Sebastián, pero me sorprendió que usted no reconozca ninguna responsabilidad por aquellos actos de los que se acusa a su vástago. Mi padre trabajó toda su vida en la entonces EMAP-Q, la Empresa Municipal de Agua Potable de Quito; eran otros tiempos, pero él me transmitió la admiración y el respeto por los alcaldes con los que él colaboró en el servicio a la ciudad. Él me reprendió duramente ante mis fallas y me enseñó que la función paterna implica dirección y responsabilidad solidaria por los actos de la prole. En fin, “caduno caduno”, como dicen nuestros hijos. Pero en el caso de la función pública, una extensión de aquello sería la corresponsabilidad ética y administrativa por los actos aparentemente dolosos de los colaboradores prófugos, y a usted no se le ha escuchado nada de eso.

Renuncie, doctor Yunda. Sería un gesto noble, para que usted pueda deshacer todas las acusaciones, como yo espero que ocurra por su bien y el de Quito. Confieso que dudé antes de escribirle, porque usted es un hombre muy poderoso… y rencoroso según sus detractores. Pero debo ser consecuente con lo que suelo escribir aquí, y por ello le dirijo la palabra, en las antípodas de quien le arrojó un vaso de agua al rostro. (O)