Se justifica decir que la agricultura es un sector marginado de propuestas que aceleren su lento despegue, cuando todas las condiciones naturales y coyunturales están dadas para su desarrollo, pero ni siquiera interesa a los ofertantes de ilusiones políticas; sin embargo, los suelos agrícolas aparecen elevados a la máxima expresión en el artículo 409 de la Constitución 2008, vilipendiada en algunos aspectos, pero rescatable en lo ecológico por declarar de interés público y prioridad nacional la conservación de los suelos agrarios, referidos a la fructífera porción cultivable. Además, varias leyes asignan al Estado la obligación de adelantar planes para conservarla y recuperar las tierras degradadas.
La regeneración que aludimos no es solo retornar a la capacidad original vaciada de las zonas labrantías, sino que involucra una alternativa para elevar la productividad de terrenos agotados que han reducido su fertilidad química, física y, sobre todo, su riqueza biológica, convirtiéndolos en entes sin capacidad para nutrir las plantas, deficitarios en micro y macroorganismos indispensables para la nutrición vegetal, con cosechas empobrecidas que determinan deterioro de la vida campesina y conducen a sensible baja en la provisión de alimentos para la población mundial.
El Estado ha fracasado en los tibios planes que ha puesto en marcha, requiriéndose una firme decisión del empresariado privado para que se involucre con fervor patriótico impulsando por su cuenta, en franca comunión de objetivos con grupos de agricultores amorosos con el suelo, y robustezca la corriente hacia una nueva agricultura que arranque desde el cuidado del substrato y propugne la regeneración ambiciosa de áreas plenamente recuperables, como las abandonadas que colindan con el mar y las alturas que siendo ahora improductivas pueden reintegrarse a la actividad agropecuaria sostenida de sembríos de ciclo corto o cultivos perennes.
La televisión argentina recoge comentarios que muestran con orgullo el fomento de cultivos de cebada cervecera, rescatados de eriales y superficies desechadas, sin vegetación, plenamente rehabilitados, mediando acuerdos de compra segura de cosechas a precios remunerativos, con asistencia técnica y superiores rendimientos, bajo uso de pesticidas y casi nada de fertilizantes industriales. Este proceso, que arranca desde el mejoramiento de los suelos, ha logrando sumar más adeptos, felices por abundantes cosechas, dispuestos a continuar por esta senda hacia una nueva agricultura, menos dañina del medio ambiente, captadora de carbono y eficaz medio para neutralizar el impacto del cambio climático. Sus cosechas se identifican con una certificación orgánica regenerativa que incrementa su cotización.
Bayer, empresa multinacional, se ha propuesto hasta el 2030 reducir 30 % de las emisiones de gases contaminantes originados en la fabricación de pesticidas. Estamos seguros de que el pueblo agricultor ecuatoriano vería con esperanza que los partidos políticos asumieran dentro de sus principios esta nueva e innovadora agricultura, que sería la solución segura para la provisión de nutrientes del planeta. (O)