La misma pregunta aflora en muchas partes, en diferentes espacios, en distintos contextos: ¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esto? La pregunta ya de por sí es un paso adelante. Es salir de la insensibilidad colectiva donde escondemos nuestros miedos y nuestra indignación a pesar de la angustia. Continuar con el trabajo, los estudios, los amores, los proyectos, continuar arrastrándonos, pero seguir. Es una constatación de nuestra vulnerabilidad. Es bueno, porque nos ubica en la verdad. Las respuestas en general apuntan a la responsabilidad de otros: los gobiernos, los partidos, las mafias, los problemas económicos, la pandemia, los…

Pocas veces nos vemos y asumimos nuestra complicidad.

Conocemos muchas personas corruptas... pero ¿quiénes son los referentes éticos?

¿Qué fue lo que yo no hice? ¿Qué fue lo que hice para que el narco nos envuelva, nos asfixie, nos someta y nos niegue el presente y el futuro?

En un artículo anterior planteaba ir formando barrios de paz, sectores donde podamos experimentar que si nos organizamos podemos generar condiciones de vida mejores para todos, donde la seguridad no sea una aspiración sino una realidad que tiene que ver con la confianza de unos con otros y no en las armas que tenemos o en la represión que ejercemos. Muchos nos han escrito o llamado, desde diferentes partes de la ciudad y del país, para sumarse en lo que puedan desde sus capacidades y experiencias. Un rumor de esperanza se levanta y quiere arraigarse.

Y entonces surgió otra pregunta. Conocemos muchas personas corruptas o delincuentes, pero ¿quiénes son los referentes éticos? Si les preguntamos a un joven, a un vecino, a un empresario, a un ciudadano de a pie ¿en quién piensa? ¿A quién propone? No se trata de seres excepcionales, no. ¿Quiénes son los que trabajan por los demás, son justos, leales, luchan por la equidad, buscan el diálogo y favorecen la convivencia?

¿Dónde los encontramos? ¿Dónde están escondidas las buenas noticias que nos permiten mantener la esperanza, sonreír y caminar erguidos?

Porque las hay. Y Muchas.

Recorrer los barrios más pobres de la ciudad es encontrarse con esos gigantes del buen actuar, ocultos en los rostros infatigables de varones y mujeres que luchan porque su entorno sea mejor. Está en las mujeres que aspiran a tener una casa comunal, donde todos puedan reunirse, ellas, sus hijos y los adultos mayores, para contar sus historias, jugar naipes y recordar cuando recibían cartas manuscritas de quienes las enamoraban con misivas y canciones. Y de paso ir hablando con los más jóvenes de cómo era el sector antes, quiénes eran los líderes que comenzaron a pesar de que hasta allí no llegaba el transporte ni había escuelas cercanas. Ir retapizando el tejido de la gran ciudad a partir de las historias compartidas. Sentirse parte no de un gueto marginado por la inseguridad y el toque de queda, sino por la acción pionera de quienes buscaron días mejores para sus familias. En el camino inventar cómo hacer para no pagar “vacunas” a los capos del sector, sin poner en riesgo su vida y la de los suyos. Aceptar el miedo, pero cobijarse en la solidaridad para hacerle frente.

La paz no la construyen las bandas después de que han vencido o fueron vencidos, la paz la construyen quienes sueñan con días mejores, se ponen de pie y están dispuestos a pagar el precio para lograrlo. (O)