Poco recuperada del Premio Nobel de Literatura del presente año, asistí por televisión, a la entrega de los premios españoles. De ambos eventos extraigo tres nombres a los que les dedico atención: al primero, por desconocerlo todo sobre él; al segundo, por evocar lecturas felices. Del señor Lázló Krasznahorkai, fue suficiente leer una novela para percibir por dónde avanzan sus elecciones y estilo: umbríos ambientes húngaros post Segunda Guerra Mundial, personajes rurales de estrechas miras, una prosa envolvente de enormes párrafos que dejan sin aliento.

Con Eduardo Mendoza, el ganador del Princesa de Asturias de Literatura 2025 -que se entrega en Oviedo cada año-, es muy diferente; debo de haber leídos seis o más novelas provenientes de su gracejo inagotable, donde el sentido del humor sazona hechos históricos, crítica social y seguimiento a la ciudad de Barcelona. Bien aludió él, en su discurso de agradecimiento a todo lo que debe a la ciudad condal, tomado para su narrativa, más que nada, digo yo, de aquello “vicioso y canalla” a lo que exprime con su chispeante estilo. Desde La ciudad de los prodigios (1986) hasta la saga de picaresca urbana desarrollada en cinco novelas, cuyo protagonista reside en un manicomio, no tiene nombre y ejerce tan bien de detective, que la policía lo busca para desconcertantes casos.

Relaciones misericordiosas

La vida literaria de Mendoza solo adquiere un laurel más, porque ya está hecha en la amplia materia de obra numerosa, millares de lectores y galardones famosos. A fin de cuentas, esos premios no se otorgan a principiantes sino a escritores de fuste, cuya resonancia meritoria está fuera de toda duda. Nada tienen que ver con las sospechas que hace años genera el Premio Planeta, dirigido casi siempre a la recuperación del extraordinario monto de premiación: un millón de euros. Las fundaciones creadas para administrar el dinero que reconoce los valores de creación, ciencia y expresiones culturales, no apuntan a negocios sino a estimular la entrega intelectual y artística.

El otro premiado que produjo ideas durante la ceremonia fue el filósofo surcoreano, radicado en Alemania Byung Chul Han, quien enfiló su discurso hacia la falsa sensación de libertad de nuestro tiempo, donde reina el escepticismo, la desazón y la desconfianza por el puesto que han adquirido las tecnologías, tanto para construir como para matar. Vale resaltar que las numerosas publicaciones de este maestro se hacen en libros cortos y de lectura directa, por lo que no permite el tradicional pretexto de que las filosofías siempre se han llevado al papel en terminologías complejas, para desconocerlas.

Historias sin sosiego

El discurso de la princesa Leonor -por quien se feminizó el nombre de los premios- no deslució nada, luego de estas dos eminencias. Su opción fue hacer el contraste entre lo analógico y lo digital al escribirles una carta (no un email) a cada premiado, con las palabras precisas para cada área tomada en cuenta (deportes, fotografía, ciencias y el Museo Antropológico de México): No voy a caer en la discusión de si se lo habrán escrito o no, peor si España debe deshacerse de la monarquía. Allá los españoles con sus tradiciones. Solo soy una receptora que valora lo bueno. Y ese acto fue espléndido, ritual, impecable, incluidas las gaitas asturianas para tocar el himno nacional. (O)