Los frecuentes espectáculos –o antiespectáculos, como el de la reciente comparecencia de la fiscal ante una comisión de la Asamblea Nacional– que dan los políticos profesionales hacen pensar en el fracaso de nuestra política e incluso en un país sin salida ni futuro. Aunque algunos discursos pretendidamente académicos han venido llamando a descreer de la objetividad y de los hechos, también hay voces que claman por un nuevo apego al pensamiento racional, a la racionalidad de todos los días que permite discernir lo correcto de lo equivocado. Ese relativismo de las élites universitarias no sintoniza con la cotidianidad de la vida social.

Por eso es aleccionadora la lectura del libro Políticamente indeseable (2021), de Cayetana Álvarez de Toledo, porque demuestra la decadencia en el quehacer político en la España actual. Allá también los ciudadanos y la democracia se ven seriamente afectados por la ineficacia de los partidos, por las posturas ideológicas fanáticas de las identidades, por las componendas entre los líderes, por la renuncia a los principios en aras de acumular poder... Sin embargo, Álvarez de Toledo –historiadora graduada en Oxford, articulista, periodista y parlamentaria– mantiene la convicción de que los distintos sí podemos vivir juntos.

No es fácil ni muy optimista imaginar un tiempo cercano en que la verdad brille en los despachos de los políticos...

Como se lee en Políticamente indeseable, uno de los peores resultados de las idolatrías identitarias –el nacionalismo fanático, el feminismo fanático, el poscolonialismo fanático– es que destrozan la noción de representación democrática. Por eso busca desenmascarar ese dogmatismo de las políticas identitarias, pues son inaceptables tanto la injusticia como la mentira. En nuestro tiempo es necesario reivindicar la igualdad de los ciudadanos independientemente de su sexo, raza, creencia o condición social, dice. Además, ese extremismo de las identidades conlleva formas de autocensura, pues, al imperar la lógica del conmigo o contra mí, no es posible hablar franca ni sensatamente de nuestras diferencias.

Álvarez de Toledo es contundente: “Solo cuando los políticos digamos en público lo mismo que afirmamos en privado, solo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, solo cuando nos veamos en el implacable espejo de los hechos, solo entonces seremos capaces de rescatar la democracia de las sucias mandíbulas del populismo”. No es fácil ni muy optimista imaginar un tiempo cercano en que la verdad brille en los despachos de los políticos profesionales y en las oficinas en que se realizan pactos y se firman contratos.

Para enfrentar a esa comunidad paralela a la república que quiere imponer sus propios códigos éticos, sociales y legales; para impedir la cultura de la supresión, que es la supresión de la cultura; para evitar que la verdad se vuelva una opinión y la opinión una verdad; para decirle no al faccionalismo de solo los fieles y cercanos; para cortar las verdades puramente subjetivas y sentimentales, contrarias a las objetivas, judiciales y periodísticas, Álvarez propone fortalecer un centro político que priorice la reivindicación del ciudadano frente a cualquier forma de colectivismo y coacción. Y unos políticos que no degraden la política. (O)