Como funcionario de carrera del Servicio Exterior del Ecuador, durante más de cinco décadas, tengo una vinculación importante con la migración, pues he podido conocer este proceso socioeconómico, que está presente desde los albores de la historia.

Las personas que abandonan su tierra por razones económicas van en busca de trabajo y mejores oportunidades para ellos y sus familias. Normalmente, son personas que huyen de la pobreza, la falta de trabajo y la incapacidad de progresar en sus sociedades. Terminan trabajando tesoneramente en los países de destino y aportando al desarrollo y progreso de esas economías.

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El refugiado, por otro lado, busca escapar de conflictos, persecuciones, narcotráfico o de las violaciones a los derechos humanos a gran escala.

Según la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, en el 2024, el número de migrantes internacionales llegó a 304 millones, es decir, el doble de 1990. En la actualidad vemos que la migración ha cambiado, es más de familias con hijos, y no de mujeres y hombres solos o en parejas.

No hay país en las Américas que no haya sido formado por migrantes provenientes de muchas latitudes del mundo. Nuestro país, Ecuador, no es la excepción, pues siempre ha sido un país receptor de migrantes y refugiados. Tiene una larga historia reconocida internacionalmente por haber recibido a decenas de miles de refugiados judíos en la Segunda Guerra Mundial, que huían de los campos de concentración nazi; chilenos escapando de regímenes de diferentes ideologías; haitianos que abandonan a una nación atormentada; colombianos expulsados por la violencia que impera en ese país; y muchos más, como los libaneses, palestinos, sirios y asiáticos.

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El mundo prospera con los migrantes y refugiados, quienes luego se convierten en ciudadanos de mérito en la mayoría de los países. Hoy, asistimos al envejecimiento de nuestras sociedades dada la impresionante reducción de la tasa de fertilidad y el envejecimiento de la población en todas las latitudes. Muchos son los países que se han beneficiado de la migración para tener boyantes economías sobre las espaldas de los menos privilegiados.

Por otro lado, soy un realista, no un utópico. La deportación de trabajadores capaces lo único que traerá es el empobrecimiento e implosión de esas sociedades. Ya lo sentirán en muchos sectores, pero especialmente en la producción de sus alimentos, en los servicios y en el cuidado de personas mayores adultas. Es un proceso lento el tomar conciencia de que sin migrantes las sociedades en expansión económica con decrecimiento poblacional no funcionan.

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Por lo mencionado, me duele ver su persecución en el mundo. No dudo de que haya delincuentes entre esos millones de seres humanos que atraviesan con o sin papeles las fronteras y que deben ser castigados conforme manda la ley. Pero de allí a considerar que todos son delincuentes hay un salto muy grande que raya en la ideología de la falsa pureza racial y hasta de la creencia en propiedad única de la prosperidad, cultura y civilización. (O)