Los bruscos giros de timón del presidente Trump amenazan desestabilizar la economía estadounidense, y la autoridad monetaria (Fed) deberá tomar medidas correctivas con el potencial de generar un tsunami en el mercado financiero internacional, golpeando a economías endeudadas como la nuestra. No es para hoy, pero hay que estar alerta. Las crisis estallan con cierta periodicidad.
En octubre de 1973 la Opaep (países árabes exportadores de petróleo) declararon un embargo petrolero a países que apoyaban a Israel en la guerra de Yom Kippur. El precio del petróleo se disparó. EE. UU. y Europa sufrieron escasez de combustible, trepó la inflación y las economías se estancaron, se denominó “estanflación”.
Los países petroleros acumularon sus ingresos extraordinarios en la banca internacional, cuyos clientes habituales estaban estancados y no requerían préstamos. Los bancos debieron reciclar esos petrodólares ofreciendo crédito barato a nuevos clientes, países con buenas perspectivas.
En agosto de 1972 Ecuador empezó a exportar petróleo, en 1974 se benefició del alza del precio, pero para 1976 ya no se satisfizo y decidió aceptar préstamos. Igual procedieron empresas privadas.
En 1979 el presidente del Fed decidió tomar el toro por los cuernos y elevó drásticamente la tasa de interés, induciendo una fuerte recesión en EE. UU., redujo drásticamente el consumo de combustibles, cayó el precio del petróleo y desinfló la economía.
Los países endeudados sufrieron la brusca alza de la tasa de interés sobre una deuda que no habían esperado pagar sino renovar. Los petroleros entre ellos, afectados además por el menor precio de petróleo, fueron los primeros en colapsar: México en 1982 y los demás latinoamericanos atrás (excepto Colombia, a la que le sobraban dólares por el auge de la marihuana). Los países en lugar de negociar en conjunto lo hicieron por separado frente a un comité de acreedores, y obtuvieron poco alivio de su deuda, que fue convertida en bonos negociables.
Quince años después (1997) fue la crisis asiática. Recordemos los coletazos de esa crisis que sentimos en Ecuador. Nueve años después (2008), la crisis del subprime no nos afectó por el alto precio del petróleo.
Hoy, 17 años después, Trump eleva los aranceles y empiezan a subir los precios al productor; la expulsión de migrantes reduce a la población activa e impulsaría el alza de salarios y la inflación. La interferencia con la cadena multinacional de producción desacelera la economía: el cuadro de la estanflación. El Fed deberá escoger entre seguir bajando la tasas de interés para evitar el estancamiento o elevarla para frenar la inflación. En mayo próximo, Trump nombrará un nuevo presidente del Fed que esté dispuesto a seguir instrucciones de la Casa Blanca, y bajará las tasas de interés.
Bajo este escenario, las expectativas de inflación se acrecientan y los inversionistas exigirán un mayor rendimiento en los bonos del Tesoro a 10 años, lo que se traslada automáticamente a las tasas flotantes de los bonos globales. Sube el costo de servir la deuda externa, y los países muy endeudados no resistirán.
Es el caldo de cultivo propicio para una nueva crisis financiera. Hay que abandonar el mal hábito de endeudarnos para mantener una frondosa burocracia. (O)