Uno de los reclamos que se hicieron al mundo al conmemorarse el pasado 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer fue el cese de la violencia que se ejerce contra ellas en el trabajo, en la calle, en el hogar. Desde muy pequeñas, las féminas son víctimas de la esclavitud impuesta por el machismo, que terminan asimilando como normal porque han crecido con ella. Tanto que, cuando sus parejas las golpean, hasta quitarles incluso la vida, piensan que son merecedoras del castigo. Pero la violencia no solo es física: es también sicológica y contra el patrimonio. Y se da delante de los hijos, que, al asumirla como natural, la repiten en su vida posterior.

Ministro Juan Zapata

Y, lamentablemente, encontramos que fuera de las cuatro paredes donde se masacra a las mujeres, en cualquier lugar, la violencia se ha convertido en un elemento que, de modo permanente, está presente en nuestras vidas. Hemos permitido que crezca sin control, de tal suerte que no hay fuerza policial suficiente que pueda detenerla. Nadie está exento de sufrir sus embates. Con las “vacunas” extorsivas se asalta diariamente a comerciantes, grandes y pequeños; y a los moradores de los barrios, que, intimidados por las amenazas de los delincuentes, acceden a sus criminales pretensiones o abandonan el lugar, con las consiguientes funestas consecuencias. Y tanta es la inseguridad que la gente, de toda condición económico-social, está dejando el país. No importa arriesgar la vida en el Darién o en el desierto de Arizona. Se exponen porque piensan que en cualquier parte del planeta estarán mejor que aquí. El número de migrantes crece cada día, no porque les sobra el dinero para hacer turismo o estudiar afuera, sino porque en el Ecuador ya no se puede vivir con tranquilidad, ni se puede invertir ni construir un futuro, porque los secuestros, el sicariato, los asesinatos y los asaltos aumentan a diario.

‘La inseguridad no es de horarios, el delincuente, el sicario, no tiene horario para hacer lo que quiere’, dicen en Esmeraldas tras nuevo estado de excepción

Y tanta es la inseguridad que la gente, de toda condición económico-social, está dejando el país.

¿Y cuál es el ejemplo que niños y jóvenes reciben cuando, de modo permanente, se destapan actos de corrupción y se enteran de que en la Policía y en el aparato judicial, salvando las respectivas excepciones, se dan hechos delictivos, como la liberación de avezados criminales? ¿Qué pueden pensar cuando, al salir de sus casas, ven a chicos de toda edad y adultos destruir sus vidas con la droga, que está a la orden del día? ¿Qué pueden esperar cuando escuchan a ciertos dirigentes políticos llamar a movilizaciones que provocan desestabilización social y ataques a la propiedad pública y privada? ¿Qué pueden sentir cuando, desde la Asamblea Nacional, bajo pretextos baladíes, se pretende desconocer el orden constituido y defenestrar al presidente de la República, mientras afuera se entorpecen los diálogos de los movimientos sociales con el Gobierno porque quieren hacerse con el poder a toda costa?

Hemos perdido el norte. Lejos quedan la moral, la disciplina, el respeto y todo lo positivo que se puede lograr a través de la educación, el arte y el deporte.

La situación es realmente alarmante. Ya es hora de que pongamos un basta a tanta violencia. (O)