Fue la semana anterior, en una de las entrevistas matutinas de un medio televisivo de la ciudad de Guayaquil que escuché a uno de sus invitados argumentar con convicción sobre la importancia de la idea que consideraba fundamental para el cambio en el sistema de administración de justicia ecuatoriano. Para él, la esencia del cambio se encuentra en las personas que forman parte del sistema, que deben estar imbuidas por la intención permanente de actuar con corrección moral en el cumplimiento de sus funciones. ¡Un idealista! Esos principios y valores éticos son estudiados académicamente por la Filosofía del Derecho y por la Filosofía Moral y han sido expuestos por pensadores históricos, como Aristóteles o Kant y por muchos contemporáneos, como Rawls y Dworkin.
El ciudadano entrevistado es abogado y profesor universitario. Me llamó la atención su convencimiento racional y emocional con su tesis y presté especial cuidado para captar el enfoque que desarrolló a lo largo de la entrevista, con el cual coincidí y que lo he propuesto y propongo en los libros que publico, en las clases que dicto y en las conferencias que pronuncio.
Justicia: Monstruo de varias patas
La certeza de que actuar bien, desde la conciencia de que hacerlo es el único camino, es la esencia básica, sin la cual toda la parafernalia técnica y dogmática del derecho y de los sistemas administrativos no es sino un instrumento en manos de quienes carecen del referente moral, que exige obrar lealmente y actuar de conformidad con valores y principios.
La relación del derecho, que se fundamenta en criterios morales, con quienes trabajan con esa magnífica creación de la civilización, como abogados, jueces, fiscales y funcionarios de los sistemas de administración de justicia, exige que sean gente proba y honesta. La pulcritud moral de quienes conforman esos espacios debe ser requisito sine qua non para quienes forman parte de todas las funciones del Estado y, por supuesto, de la Función Judicial.
Para lograr que lo expresado sea parte de la realidad nacional y no solamente un elemento discursivo permanentemente contradicho por los hechos, es preciso una revolución cultural que involucre a la sociedad ecuatoriana en general, a las familias, al sistema de educación en todos los niveles; y, especialmente a las carreras de derecho que deben trabajar en la formación moral, condenando y no enseñando en las aulas las triquiñuelas, trampas e incorrecciones del abogado, con el pretexto de que esa es la realidad y que así preparan a sus estudiantes para la práctica. Esa postura académica es una aberración que valida la decadencia y la desvergüenza.
La formación moral no se agota en el conocimiento y repetición de los conceptos de justicia, honradez o cualquier otro. Es un tema complejo que debe recurrir a todos los elementos sociales y culturales para analizar y comprender por qué la conducta moral es la que permite sostenibilidad y proyección de individuos y sociedades. El ejemplo del comportamiento íntegro, sobre todo el que proviene de autoridades y personas con responsabilidad, es el elemento más poderoso para el desarrollo y vigencia sostenida de la ética en organizaciones y sociedades. (O)