Escribo el viernes 13 de octubre y no pretendo hacer una peligrosa profecía. Voy a hablar de un ser que no es femenino ni masculino que ganó las elecciones de 2036 para la Presidencia del Ecuador. Tiene una imagen, un avatar preferencial, Carla, una hermosa mujer mestiza de 40 años, elegante como burócrata internacional. Nítida, apareció el lunes en el balcón de Carondelet a presidir el izamiento de la bandera. Desfila en carros artillados y acude a espectáculos siempre en palcos reservados. No se la puede tocar; está prohibido hacerlo; pero, si alguien lo hiciese, manotearía en el aire, pues se trata de una proyección hologramática. Pero, dependiendo de las circunstancias, puede ser el severo líder populista Carlos o el sabio y supereficiente ingeniero Carolo. Podría tener infinitas personalidades, pero se restringen a media docena para no confundir a la gente.

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Se considera una falta de respeto decir que quien nos gobierna es solo un agregado cibernético, pero no es algo que se oculta. No es una computadora, sino muchas, dispuestas en numerosos puntos del territorio nacional. En realidad, usando terminología obsoleta, Carla Zambrano es un programa, un conjunto de algoritmos que actúan a través de una red informática. Para darle un tinte patriótico, se dice que es como la línea ecuatorial, que no es imaginaria sino invisible, pero real. El aparato informativo de Carla siempre está buscando demostraciones de que nuestra jefe de Estado y Gobierno existe, y hasta se la puede ver. Un importante porcentaje de la población cree realmente que es una persona de carne y hueso.

Todo empezó cuando CZ se inscribió en un concurso para contralor; pidió participar en línea por estar enferma de COVID-29. Sus abogados obtuvieron un recurso urgente de la Corte Constitucional que la autorizó a tomar parte en el certamen, en el que pulverizó a sus oponentes: terminó el cuestionario de 500 preguntas en treinta segundos, con ciento por ciento de aciertos. Con el mismo subterfugio de la enfermedad se le autorizó asistir por video a la entrevista personal, en la que dejó en ridículo a los jueces que parecieron inexactos, polvorientos y pobres. El resultado fue anulado, porque se consideró ilegal, pero una bien organizada campaña demostró a la gente el absurdo de querer tener funcionarios que saben infinitamente menos que Carla, quien no tiene preferencias sentimentales ni es proclive a la corrupción. Decenas de miles de hiperactivos millennials consiguieron firmas para permitir que una persona concebida con inteligencia artificial pueda ser candidata y, de resultar electa, presidente de la República. Con el voto generoso de la juventud que quiere cambios se logró la reforma y participó en elecciones. Se generó el efectivo avatar hologramático y, en el decisivo debate entre candidatos, el formato ecuatoriano tipo examen escolar le favoreció: sabía todas las respuestas al mínimo detalle y demolió al resto. Quienes defienden su participación dicen que, si antes había candidatos que parecían robots, por qué no puede haber robots que parecen candidatos. Ha ganado. Hordas de jóvenes celebran en las calles la entrada del Ecuador en la era poshumana. (O)