En estos días he tenido la oportunidad de participar en varias reuniones con analistas internacionales, donde se discute la situación mundial y, muy especialmente, el deterioro acelerado de la estructura multilateral para solucionar diferendos, es decir, evitar guerras.
Existe un sentimiento de frustración entre los debatientes de diferentes corrientes, quienes coinciden en que los esfuerzos de décadas de la comunidad internacional por encontrar mecanismos de solución pacífica de controversias están en peligro de desaparecer, debido a un enfrentamiento de intereses políticos de varios actores con poder nuclear, que llevan a la humanidad hasta el precipicio de una guerra de magnitudes impensables.
Tanto el abandono y hasta el desprecio del derecho internacional, como el desconocimiento de pactos y convenciones internacionales y la expansión del uso de la confrontación para dirimir diferencias, contradicen la base de lo que acordamos los fundadores cuando creamos las Naciones Unidas. Su objetivo era evitar conflagraciones mundiales que costaron decenas de millones de vidas de inocentes. En retrospectiva, todas las diferencias serían solucionables sin violencia.
Lamentablemente, en las dos guerras mundiales no hubo la claridad de pensamiento ni el imperativo del bien común o la voluntad política de encontrar soluciones sin derramar sangre. Murieron más civiles que combatientes. Los soldados estaban protegidos por las Convenciones de Ginebra y los desarmados fueron víctimas de esos desencuentros entre naciones por miles de razones.
La historia de la humanidad está plagada de personajes que hundieron a sus pueblos en la miseria y en la muerte. Las guerras comienzan en las conciencias de los actores, cuando no pueden usar el diálogo y la negociación como vías de solución de controversias.
Al tratar el tema de la guerra de aranceles provocada por Estados Unidos y que potencialmente acabará con sectores económicos en todos los países, uno de los analistas japoneses dijo: “Nosotros tenemos objetivos a 30 o 50 años, las administraciones que están causando problemas terminarán en tres o cuatro”.
Los pueblos que han sobrevivido a guerras que los lanzaron a la muerte, al hambre y a la pobreza, durante décadas, aprendieron a solucionar sus problemas mediante acuerdos nacionales de larga proyección y no remiendos de soluciones improvisadas que no conducen sino a más problemas y a perpetuar el subdesarrollo físico y mental.
Se necesitan mentes claras que miren por el futuro de sus pueblos. Del pasado y del presente efímero ya se ocupará la historia. Lo importante es el futuro.
La experiencia y el conocimiento de la historia son instrumentos fundamentales de la gobernanza de una nación y del planeta.
Frente a los retos internacionales que tenemos, deberíamos aprender a no cometer los mismos errores y a buscar entendimientos sustentados en el pragmatismo y sobre todo en el interés del pueblo ecuatoriano. (O)