Me ha costado mucha reflexión esta columna de opinión sobre una tragedia que hunde a los pueblos de Israel y Palestina, y que embarga las conciencias y los corazones del mundo entero.
Los ánimos de polarización e inculpación, tan frecuentes en nuestros días, brotan en todos los niveles. Los medios de comunicación han aupado la vorágine de insultos y diatribas de ambos lados, poniendo un ritmo de frenesí en la lucha por conquistar adeptos a cada causa e imponer “su verdad”.
Mi primer encuentro con la tragedia judía fue de muy joven, al tener como compañeros de aula a hijos y nietos de las víctimas del Holocausto, en donde el nazismo implementó la llamada “solución final a la cuestión judía” y cometió un atroz crimen de genocidio contra la población civil inerme. Conocí por primera vez a seres humanos, en cuyos rostros la serenidad y angustia reflejaban haber sobrevivido un hecho que enluta al mundo hasta ahora. Pude visitar los campos de concentración en Europa, donde los hornos de cremación funcionaban veinticuatro horas para eliminar a los judíos y todos los que discrepaban con el nazismo. Ese capítulo de la historia y la entereza moral de los sobrevivientes dejaron al mundo el deber de que esto “nunca vuelva a suceder”. En ello, la humanidad ha fracasado.
Conocí también que Ecuador, en la defensa de los principios de refugio y solidaridad, había votado por la creación del Estado Judío y el Estado Palestino en 1947, con la convicción de que esos pueblos pudiesen vivir en paz en un Oriente Medio convulsionado por las luchas que comenzaron en los albores de la historia occidental contemporánea. El Ecuador abrió sus puertas a esas víctimas del totalitarismo y, por ello, hoy tenemos una vibrante comunidad judía en nuestro país.
Pese a las amenazas que cunden por doquier contra cualquiera que ose disputar la narrativa de la geopolítica, hay un imperativo moral que obliga al deber ético de expresar la condena más enérgica a los actos de lesa humanidad perpetrados por ambos lados, en esta guerra de nunca acabar.
Debemos como miembros de una comunidad internacional condenar el ataque criminal del movimiento Hamás a Israel del 7 de octubre del 2023, muchas de cuyas víctimas son aún rehenes. Ambos lados en esta contienda han cometido actos violatorios del derecho humanitario. Nada justifica estas atrocidades cometidas.
El mundo mira atónito las imágenes de niños que mueren por hambre y se pregunta ¿cómo se puede asistir a estas masacres, sin expresar su condena ante el dolor de las víctimas inocentes de este nuevo holocausto?
Esos sesenta mil muertos en Gaza y los cientos de miles de heridos y discapacitados no tienen voz en una guerra que, hace rato, cruzó las líneas rojas del derecho acordado en Naciones Unidas. Esta guerra contra la población civil lo único que traerá será más radicalismo y división.
Pese a las amenazas y los potenciales peligros de retaliación, es necesario no guardar silencio. Deseo para mis amigos judíos y palestinos que algún día encuentren la paz tan deseada y tan esquiva. (O)