El asesor, figura clave en las burocracias viejas y nuevas, confidente de los hombres de poder, personaje que gobierna sin arriesgar, aconseja sin comprometerse y ejerce influencia sin salir al escenario. Es quien diseña las políticas, inventa las estrategias, empuja las decisiones. Y nunca asoma; y si asoma, no sabe nada, no responde de nada. Se evapora cuando conviene, se esconde casi siempre.
Los asesores están en los secretos del poder, en la invención de las ideologías de circunstancia, al pie del sondeo y en el diseño de la propaganda, que es la sustancia de una democracia reducida a lugares comunes, discursos y, sobre todo, gestos que concitan la primaria adhesión de esa suerte de “masa boba” a la que pomposamente se llama “sociedad civil”.
Si se escribe la secreta historia de asesores y más sabios, quedará completo el cuento de los países, porque lo que se ve y se dice solo es lo que conviene, lo “políticamente correcto”. Lo demás queda en la sombra y nunca se sabe la verdad íntegra, o se la sabe torcida y maquillada. Ese ejército de gente tras el trono, bien pagada y a cubierto, es el que hace la labor trascendente. Por ejemplo, los legisladores, llámense diputados del Congreso más mediocre o asambleístas sublimes, no podrían, no han podido, sin el asesor, no han podido sin el consultor y la consultoría, que son formas posmodernas y sofisticadas de lo mismo.
Los asesores han sido, desde siempre, parte de la política y sustancia de la burocracia. Pero a medida que los liderazgos se han diluido en discursos, que los sondeos se han convertido en la lógica del poder, la ciencia de los asesores se ha hecho esencial para sobrevivir, construir la propaganda e inventar el idioma adecuado para la impunidad de los líderes. Paralelamente y frente a los oficiantes formales del poder –ministros y directores– ha crecido su influencia y también su anonimato.
(...) están en los secretos del poder, en la invención de las ideologías de circunstancia... y en el diseño de la propaganda.
La república es “el poder del público” y, por tanto, debería ser transparente. Los asuntos de interés general deberían ventilarse, plantearse y cuestionarse sin más reservas que aquellas que naturalmente exigen los asuntos comprendidos bajo el concepto de seguridad. Sin embargo, la proliferación de los asesores en las claves políticas de los países está desnaturalizando esos conceptos. Ahora lo que se dice y lo que se propone es apenas la punta de un iceberg que nunca se revela por completo. Por eso, casi todas las repúblicas son opacas.
Que se consulte es obvio y necesario. Indiscutible. Que se escuche un consejo es admisible, sin duda. Que se contraten estudios, por supuesto, ya que nadie sabe todo y a veces nadie sabe nada, cuanto más si lo que domina es el blablablá de los dirigentes y aspirantes a caudillos. Pero que los asesores, desde sus anónimos escritorios, hagan el trabajo político, tergiversen lo que los votantes encargaron a quienes creían informados y capaces resulta inaceptable. Y que asesores sin rostro metan las narices en todo, vendan sus ideas e intereses y hasta propongan los perfiles políticos de un país resulta injustificable. (O)