El reciente pronunciamiento de la Corte Constitucional frente a la convocatoria a consulta popular para instalar una asamblea constituyente no debe entenderse como derrota del Ejecutivo ni de la propia Corte. Por el contrario, ha sido el Ecuador el verdadero vencedor.

No es correcto sostener que el presidente “perdió” porque la Corte tuvo que pronunciarse para dar paso a la convocatoria solicitada por el Consejo Nacional Electoral. Tampoco es válido afirmar que la Corte cedió, pues su deber era emitir un dictamen. Lo que ocurrió es que el pueblo ecuatoriano ganó la oportunidad de decidir en las urnas sobre un tema trascendental: ¿Está usted de acuerdo en que se convoque e instale una asamblea constituyente, cuyos representantes sean elegidos por el pueblo ecuatoriano, de acuerdo con las reglas previstas en el estatuto constituyente, para elaborar una nueva Constitución de la República, la cual entrará en vigencia solo si es aprobada en referéndum?

La soberanía radica en el pueblo como lo establece la Constitución en su primer artículo: la voluntad popular es fundamento de toda autoridad y puede ejercerse también de forma directa. Por ello, es el voto ciudadano, y no las interpretaciones coyunturales, el que determinará el rumbo del país.

Vencer el miedo

El dictamen de la Corte señala que la asamblea constituyente tendrá la potestad “exclusiva y excluyente” de aprobar el proyecto de nueva Constitución, el cual deberá ser refrendado en consulta posterior. Este matiz abre un debate: ¿puede el poder constituido limitar las facultades del poder constituyente? Esa será una cuestión que solo podrá definirse una vez instalada la asamblea.

Como era previsible, ya surgen voces fatalistas con visos de conspiración, que el presidente pierde poder, que el texto resultante será peor al vigente, que no existe ruta clara, etc. Son discursos que buscan sembrar miedo antes de que los hechos ocurran. La realidad es distinta: se está dando al pueblo la posibilidad de pronunciarse mediante el ejercicio más puro de la democracia directa.

Conviene recordar que la Constitución de Montecristi nació marcada por un liderazgo personalista, diseñada a la medida de un régimen que proclamaba su permanencia por dos siglos. Hoy el país tiene la oportunidad de corregir errores y dar paso a un texto que responda a las necesidades de la sociedad en su conjunto, no a intereses de caudillos ni a cálculos partidistas.

¿Para qué otra constituyente?

La esperanza, sin embargo, no basta. Todo dependerá de la capacidad de quienes resulten electos como constituyentes. La historia reciente enseña que muchas veces se priorizó la popularidad sobre el conocimiento, con consecuencias conocidas. Zapatero a tu zapato.

Se necesitan mujeres y hombres competentes, con formación, experiencia, conducta honorable y probidad incuestionable. Solo así se podrá diseñar una Constitución que garantice derechos, fortalezca instituciones y encamine al Ecuador hacia un futuro de estabilidad y desarrollo.

La consulta no significa la victoria de un presidente ni de un tribunal. La verdadera victoria es del pueblo ecuatoriano, que recupera su voz soberana para decidir el marco jurídico y político de su destino. (O)