Guardando las distancias, el discurso político de ahora es el mismo de 1978. Los argumentos son iguales, las quejas se repiten en parecido estilo. Las nuevas realidades no encajan en los análisis, que, con frecuencia, se reducen a hablar de la crisis, los adversarios, los errores, las antipatías, los partidos, la Asamblea Nacional, la legalidad, el presupuesto, la burocracia, y solo como novedad, y a veces al margen, la violencia y la tremenda descomposición social.

Cualquier discurso o entrevista se ocupa, sustancialmente, de lo mismo. Pero, a algunos nos parece que este, el de ahora, es un país sustancialmente distinto, que la argumentación de ideólogos y aspirantes a dirigentes, no sale del encierro de la vieja lógica partidista, que ninguno se atreve a abrir la ventana para que entre el aire de los nuevos tiempos, lo que provoca que los dramas que vivimos se enfoquen con el estilo cansino de siempre y al ritmo que imponen las visiones cortas y las pequeñas apreciaciones de siempre.

La política, la del Gobierno y la de la oposición, responde casi invariablemente a la repetición. Y todos caemos, pese a la gravedad de la circunstancia, en el cansancio, en el aburrimiento que solo convoca al rechazo.

Esto es paradójico, porque lo que vivimos, y lo que sufrimos, la violencia que no cesa, el estrépito que no para, la destrucción de la legalidad y de las instituciones, y la impresión de inutilidad que deja el Estado, necesitan otras respuestas, otra sensibilidad, nuevos argumentos.

La gravedad del momento exige que los dirigentes (¿los hay?), propongan una ilusión que movilice, estrategias que unan, verdades que conmuevan y soluciones que vayan más allá del lugar común y de la crítica constante.

La repetición conspira contra la apropiada comprensión de las nuevas realidades y empobrece las iniciativas. La gente necesita confianza, y la confianza no nace de la fatiga, la iniciativa no se lleva bien con la política entendida como aspiración de llegar al poder, o de quedarse en el poder. La confianza necesita ideas novedosas, comprensión del mundo de la tecnología, apoyo a los que trabajan en silencio, a los que arriesgan cada día, a los que entienden que el Estado es servicio, y que piden policía eficiente, jueces honrados, ciudades vivibles, campo en paz. En fin, país con posibilidades.

¿Será posible, algún día, escuchar un discurso explícito, fresco, diferente? Necesitamos argumentos sencillos, generosos, que destierren los resentimientos, que nieguen los cálculos, que nos permitan a todos mirar hacia adelante y renunciar a la vieja costumbre de ver por el retrovisor.

Necesitamos una visión diferente de la realidad, una pronta y eficaz simplificación de las reglas, una apreciación novedosa de las leyes. Y más que nada, una política que no distancie, que no envenene ni asegure monopolios del poder.

Todo eso implica salir del círculo vicioso que ha hecho de la política un factor de agobio. (O)