El lamentable fallecimiento de Tommy Wright, creador de Supermaxi, me lleva a reflexionar sobre el legado que dejan las personas tan valiosas como él. Fue un empresario visionario que transformó la manera de comprar en el Ecuador. Desde un primer local en Quito en 1958 levantó, paso a paso, la cadena de supermercados más importante del país. Generó miles de empleos, cambió hábitos de consumo y marcó un antes y un después en la vida de muchas familias. Se lo recuerda también por su sencillez y disciplina. Esa forma de vivir fue parte de su liderazgo.

Su historia confirma algo que he visto muchas veces: la verdadera transformación se da en decisiones concretas. Decisiones de personas que, con esfuerzo y visión, construyen futuro para los demás. Esa forma de servir no necesita propaganda. Habla sola, por los resultados que permanecen.

La mejor política no siempre nace en elecciones ni en partidos. Surge de un propósito claro y del deseo de servir. Crear riqueza a través de la empresa, sí, pero también generar bienestar y empleo. Aportar a la comunidad, fortalecer a la sociedad, dejar instituciones que trascienden.

Ser empresario no es solo resolver problemas propios de la gestión diaria, también abrir oportunidades para otros. Entender que la riqueza más grande se da cuando el liderazgo se enfoca en crear, producir e innovar. Y cuando se ejerce con responsabilidad.

La fortaleza de un líder no se mide solo por lo que consigue, sino por como lo consigue, por sus valores. Generosidad, sencillez y bondad son señales de un liderazgo que deja huella. Detrás de cada empresa hay personas que deciden trabajar con ética y compromiso. Esa manera de actuar genera confianza, abre puertas y multiplica oportunidades.

Tommy Wright será recordado por los supermercados que levantó, sí. Pero también por el impacto que tuvo en la vida de miles de ecuatorianos. Al igual que muchos líderes a los que he tenido el privilegio de conocer, y otros tantos líderes y ciudadanos anónimos, su ejemplo nos recuerda algo esencial: la grandeza de un país no depende solo de sus gobiernos, sino también –y sobre todo– de sus ciudadanos y de sus líderes.

Aristóteles decía que el hombre es un animal político porque necesita vivir en comunidad. Pero esa condición no se agota en partidos o elecciones. Se expresa en cada decisión que tomamos para mejorar la vida compartida. En estrategia empresarial, como en la vida pública, lo que marca la diferencia es alinear propósito con acciones y resultados. Michael D. Watkins, autor de Las 6 disciplinas del pensamiento estratégico, lo resume: la inteligencia política es una de las habilidades esenciales de un líder, entendida esta como la capacidad de construir consensos, unir y abrir caminos con compromiso hacia el futuro.

Al final queda el legado de quienes supieron construir, compartir y servir. Podemos concluir entonces que la mejor política es la que cada persona ejerce desde el rol que asume en la sociedad: cuando vive con propósito, genera valor y actúa con honestidad y compromiso. Esa política es digna de imitar. Y es la que cada uno puede ejercer desde hoy, en el lugar en el que está. (O)