Una intervención militar norteamericana en Venezuela sería un evento desastroso en todos los sentidos. No entremos a considerar la dudosa legitimidad de tal aventura, porque siempre se encuentran argumentos seudolegales para justificarla. Las posibilidades de éxito de tal correría son muy relativas, quizá puede lograrse la ocupación, por unas horas, de una zona en torno al Palacio de Miraflores y otros puntos neurálgicos. Hasta cabe soñar con la aprehensión del dictador Maduro y parte de su cúpula. Pero Venezuela no es la pequeña Panamá de 1989, ni el centralizado Irán actual. Más se avizora un escenario tipo Vietnam, largo, sangriento e infructuoso. Pero la más grave consecuencia de este desafortunado movimiento será descalificar a la potencia occidental como un objetor válido de las intervenciones armadas desatadas por los imperios totalitarios con el propósito de absorber a sus vecinos.
Los rusos encontrarán en un posible ataque a Venezuela un pretexto convincente para incrementar el poder de fuego usado contra Ucrania, hasta lograr la rendición de esa nación en condiciones muy desventajosas, destrozada y abandonada. Más vale no pensar en lo que le aguarda a Europa oriental después de esa derrota. Rusia es por cierto una potencia de primera, pero de primera B, como hemos visto; la primera A está constituida exclusivamente por Estados Unidos y China, cuyo régimen comunista de Pekín tiene varios frentes abiertos en Asia oriental, en los que puede acudir al uso de la fuerza para resolverlos, con la implícita excusa de que “si Washington lo hace, por qué no nosotros”. De hecho, recientemente se ha notado cierto aumento de la presión en el caso de las islas del mar de China. Así, dos buques de guerra de la República Popular chocaron entre ellos al hostigar a una nave filipina en los alrededores de una de las islas disputadas.
Pero el mayor interés de Xi Jinping se centra en Taiwán, país del cual el gigante rojo depende tecnológicamente. Esa misma dependencia es la mejor defensa de la isla, Pekín necesita de esa tecnología y espera que la codiciada fruta caiga sin dañarse en sus manos. No descarta los medios bélicos, pues cada cierto tiempo realiza incómodas y riesgosas maniobras militares en la cercanía de la isla, pero mientras tanto ensaya con el acoso diplomático. Con una abusiva interpretación de la Resolución de Naciones Unidas 2758, ha excluido sistemáticamente de la ONU a los representantes de Taipéi inclusive a observadores en organismos especializados como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), lo que significa crear peligrosas zonas aisladas en campos tan vitales como el control de las epidemias y la regulación de las rutas de tráfico aéreo, entre otros.
No es necesario que la invasión a Venezuela se produzca, el ruido de armas en torno a la nación caribeña podría producir una reacción ansiosa en alguna de las potencias implicadas, provocando un conflicto de nivel intercontinental. Recordemos que las chispas que han encendido las grandes conflagraciones han saltado siempre en la periferia. Si así ocurre, ¡sálvese quien pueda! (O)