La noticia de que todo se cancelaba me cayó como un balde de agua fría. Que papá decidiera no ir de vacaciones porque Fulana estaba próxima a dar a luz, porque tenía que operar a Mengano, o ayudar a bien morir a Zutano, era difícil entender. A mis 9 años, ser la hija de un “médico de cuerpos y almas” no siempre era cool.

Me molestó sobre manera oír la noticia y no estaba dispuesta a aceptar tamaña insensatez, así que… ¡me declaré en huelga!

¿Qué podía salir mal? Si enredar en mi cuerpo todas las luces navideñas y vestirme de árbol cuando él se negó a cortar el ciprés del jardín me había dado resultado en la Navidad anterior, ¿por qué no una huelga?

—”¿Terminaste los deberes?”, preguntó mamá cuando me vio cargar cartulinas, pinceles y brochas. —”Hace fuuu”, mentí con la solvencia de siempre y bajé a trabajar en mi proyecto.

Pinté playas, soles, mares, barcos y demás paisajes paradisíacos. Al pie de cada imagen escribí la palabra HUELGA junto a algunas frases goleadoras como: “Su familia necesita vacaciones”, “¿Ha pensado que su hija sacará mejores notas si la lleva de vacaciones?”, “Tome ¡ya! la decisión correcta. ¡La playa le espera!”.

Una vez terminados los carteles los coloqué estratégicamente en la puerta de entrada, sobre el espejo antiguo, al pie del cuadro de la sala, en la columna del hall, sobre el Corazón de Jesús del descansillo de la grada… y así por toda la casa.

Por si esto fuera poco, en una helada tarde de julio me puse short, sandalias y una camisa sin mangas amarradas debajo del pecho y así, mostrando mi sexy pupo (ombligo) infantil, y con una pelota playera entre las manos lo esperé hasta la noche.

Papá llegó y al leer las consignas y ver mi facha, dejó su maletín a un lado y se echó a reír. Me sentó en sus piernas y con su mejor sonrisa me preguntó “¿Terminaste los deberes?”. A él no le podía mentir, era demasiado bondadoso. Me dio un beso, me mandó a cambiar de ropa y me dijo: “Primero lo primero: mis pacientes y tus deberes”.

No hubo gases lacrimógenos, pero yo sentí que los ojos me picaban, que tenía un nudo en la garganta y que tenía el mejor taita del mundo. Durante la cena conversamos y acordamos que ese año las vacaciones no serían largas, que tal vez no llegaríamos al mar, pero que piscinas y paseos cercanos no faltarían.

Leo a Guillermo Fatás, catedrático de historia y periodista español, quien cuenta una simpática anécdota atribuida a Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, y dice: “Es en 1977. El Senado debate el proyecto de Constitución remitido por el Congreso y el senador por designio regio Camilo José Cela y Trulock se duerme. El presidente Antonio Fontán logra hacerse oír por el durmiente y le señala que está dormido. Una vez restaurada su consciencia, Cela asegura que no, que está durmiendo, pero no dormido. Fontán –catedrático de Latín– le replica: ¿Y no es lo mismo? Y el gallego zanja: Pues, no. Como no es igual estar jodido que estar jodiendo.”.

En este país hay muchas injusticias que reclamar, pero ¿no será hora de sentarse a conversar? ¿Qué pretende el señor Iza jodiendo a un pueblo que ya está bastante jodido? (O)