Escuché en diciembre una entrevista de D. Letterman al presidente Volodimir Zelenski, en Kiev, mientras ululaban sirenas alertando de posibles bombardeos. El mandatario comentó que estaba acostumbrado a escucharlas, pero que la guerra no podía ser algo normal.

Letterman le preguntó qué pasaría si Putin enfermara o muriera, a lo que respondió: “No habría guerra (…) las instituciones se pararían (…) lo van a pasar mal. Tendrán que ocuparse de la política interna y no de los asuntos exteriores”.

Lo dicho por Zelenski debería remecernos. ¡No podemos habituarnos al nivel de violencia, corrupción e impunidad que vivimos en el país! Sicariatos a toda hora; extorsiones a personas y comercios; deplorable administración de justicia; pugnas al interior y entre organismos públicos (CPCCS, CNJ, CC, IESS, Celec, CNEL, EMCO, Flopec y demás); funcionarios subrogados prorrogados; CNE distraído ante campañas ‘desbordadas’; Gobierno rehén del titubeo político; personas ajenas al Ejecutivo implicadas en juegos de poder; mayoría de asambleístas oportunistas y banales; dinero mal habido sin recuperar; candidatos avivatos y no confiables… ¿Cuándo nos extraviamos tanto?

El ejercicio democrático se agrieta y lo que resta es algo informe, a tono con el mundo líquido, que se vacía en cualquier coyuntura; una democracia irresponsable y sin promesas cumplidas. Existe un malestar universal hacia el sistema parlamentario y de partidos –prisioneros de sí mismos–, y en la búsqueda de mayor democracia surgen propuestas por fuera de la política, sus caudillos y lo que conocíamos como el orden global.

Se trata de una crisis de legitimidad, de reprobación moral y desautorización hacia quienes nos representan.

En Ecuador resulta burda la fractura en los partidos; el mal de amores se extiende a las bancadas legislativas y ahora tenemos ex por todo lado. Los ciudadanos observamos la miseria política con indignación: “A ocho de cada diez ecuatorianos no les agradan los partidos políticos, pues tienen una mala imagen de ellos”, publicó EL UNIVERSO, con cifras de Click Report (29/12/22).

El analista Manuel Castells considera que la profunda ruptura de la relación entre gobernantes y gobernados se debe al desgaste del vínculo subjetivo entre lo que requerimos y lo que nos proporcionan los gobiernos. Se trata de una crisis de legitimidad, de reprobación moral y desautorización hacia quienes nos representan.

No está claro qué otras formas de gobierno aparecerán por el distanciamiento del ejercicio democrático o de su ‘mediocridad’, en palabras de G. Lipovetsky. Sin embargo, “el fin de la historia no se producirá esta semana, la historia no es únicamente política”, aclara el filósofo. El futuro no dejará de reinventarse.

¿Cuál futuro? No hay certezas para 2023 (ejemplos: Perú y Brasil). Con las finanzas en orden, el presidente Lasso debería: 1, priorizar la satisfacción de las necesidades básicas de la población; 2, demostrar carácter y firmeza en sus decisiones frente a los indicios de corrupción en el gobierno, ‘caiga quien caiga’; y 3, volcar su mirada hacia la política interna porque las minorías activas y las grandes mafias ya no parecen creer en el cuento de ‘ahí viene el lobo’. Pero si el lobo aparece, ¿se las comerá? (O)