Después de las novelas de Julio Verne y Emilio Salgari leídas durante mi infancia y, posteriormente, las de Alejandro Dumas, Charles Dickens y otros autores de ese valor, ya en la adolescencia llegué a la sugestiva y, para mí, deslumbrante obra del escritor alemán Hermann Hesse, laureado con el Premio Nobel de Literatura en el año de 1946. Novelas como Siddhartha, Demian, El juego de los abalorios o El lobo estepario influyeron grandemente en mi forma de ver el mundo, de sentirlo y entenderlo. Aún hoy vuelvo a esas páginas, en una suerte de nostálgico peregrinaje a una de mis raíces conceptuales.
El lobo estepario causó gran impresión en mi juvenil personalidad e incidió de manera importante en el desarrollo de una cierta inclinación hacia la independencia intelectual y espiritual. Siempre he pensado que es preciso buscar para encontrar y nunca detenerse en ese camino de constante perplejidad y asombro. Las causas emocionales que se encuentran, tanto en la aventura material como espiritual, son el convencimiento de lo inconmensurable de la existencia y sus infinitas variaciones, personificadas en paisajes, individuos o momentos. Hesse vivió así. Caminaba, conocía, descubría, escribía y también dibujaba. Establecía relaciones con la gente que encontraba… y seguía su camino, fascinado por el descubrimiento y por la luz irrepetible de cada momento y de cada relación.
Impresiones de una paz anunciada
En alguna ocasión, cuando trabajaba en un ensayo que también abordó este aspecto de la vida de la gente, cité la célebre frase “quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho” que la pronunció sorprendido Don Quijote, cuando se encontró con el mono del titiritero que parecía saberlo todo sobre el pasado, el presente y el futuro de la gente y de la humanidad.
La adhesión, por el contrario, es la aceptación de lo construido y plasmado. Es la decisión de formar parte de algo que está en ciernes, en el caso de una iniciativa, o de algo ya constituido, en el caso de un proyecto consolidado. Es la manifestación de la voluntad de acoger como algo propio lo que proviene de otros.
En realidad, siempre adherimos a una u otra idea o situación. Los individuos somos gregarios y por eso copartícipes de la civilización, pero también somos únicos e individuales. La adhesión es natural y fortalece a muchos espíritus que, al encontrarse con otros con similares intereses o visiones de la vida, experimentan un sentimiento de realización. La adhesión, que sería la claudicación del extremo egocentrismo, es una realidad invariablemente presente en la vida de la gente, como cuando formamos una familia, decidimos participar de una organización o integramos grupos de cualquier índole.
Abrazar en tiempos de emergencia
La adhesión a movimientos o comunidades, en algunos casos, puede significar entrar en escenarios en los que la defensa de sus fundamentos y objetivos, se convierte en una suerte de esfera, que limita la comprensión de los puntos de vista de los que no están ahí y hasta discrepan con ellos.
Siendo inevitable la adhesión del individuo a movimientos o ideas, también es una posibilidad siempre abierta, la cultivada búsqueda de la perplejidad y del deslumbramiento. (O)