Adolfo Macías Huerta es uno de los grandes novelistas contemporáneos del Ecuador. Si el lector se dirige a cualquier librería solvente de este país encontrará sus novelas publicadas en el sello Seix Barral durante los últimos años. Pero nunca encontrará una de ellas: Pensión Babilonia. Pues bien, esta novela participó en un premio del Ministerio de Cultura, pomposamente titulado “Concurso Nacional de Proyectos para el Fomento y Circulación de las Artes en 2013-2014”. Hubo un jurado internacional y se le concedió el premio con todos los méritos. La novela fue publicada por el mismo Ministerio, que fungió como editorial. Resultado: libro inhallable y el menos conocido del autor.

Esto es solo una muestra de la nulidad que ha significado para el libro y la cultura, no solo ese Ministerio sino la política del Estado ecuatoriano desde hace décadas. Y me trae a colación un párrafo de la novela Liquidación del premio nobel húngaro, Imre Kertész, cuando escribió: “El Estado es siempre el mismo. También hasta ahora sólo ha financiado la literatura para liquidarla. El apoyo estatal a la literatura es la forma estatalmente encubierta de la liquidación estatal de la literatura”.

Kertész se refería al Estado totalitario del comunismo y a esos parches o acomodos cosméticos como ferias y premios donde falta lo de fondo y con proyección histórica. ¿Será que en Occidente algunos sienten nostalgia de ese Estado que debía resolverlo todo? ¿Qué ocurrirá ahora que se elimina el Ministerio de Cultura y sus funciones pasan al de Educación? Llueven quejas y vítores por esta medida. Tampoco falta quienes se sienten apelados por la medida, que no son pocos, porque desde la creación de este Ministerio se ha contado con más de una docena de ministros de cultura para un periodo de 18 años, lo que nos da un promedio de permanencia en el cargo de un año y dos meses por ministro, y no quiero ni imaginar la cantidad de funcionarios con prebendas y proyectitos que habrán pasado con tanto ministro amigo. Tampoco tengo ninguna esperanza con este gobierno actual al respecto de la cultura, como no la tuve con los gobiernos anteriores ni de Lasso, Moreno y Correa. En lo que en realidad creo es en la sociedad civil y en la industria editorial privada. Pero ya volveremos a esto.

Sean cuales sean los argumentos para defender la existencia de un Ministerio de Cultura, lo cierto es que el panorama es de una absoluta inoperancia en la que todos se pasan la pelota para no hacer nada de fondo respecto al libro. Y no hablemos de ese otro drama de inoperancia que ha sido la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Se necesita integrar los esfuerzos dispersos y no perderse en laberintos burocráticos.

El Sistema Nacional de Bibliotecas desapareció hace 11 años. Cumplía un papel importante para los lectores y para la industria editorial: compraba libros para abastecer las bibliotecas. Se dirá que Cultura promovió fondos concursables para proyectos editoriales. No es lo mismo. Esos fondos se han manejado de manera irregular y a discreción de cada funcionario de turno y no siempre se han otorgado a proyectos editoriales sostenidos. En cambio, adquirir libros a editoriales establecidas es contar con un criterio solvente.

Faltan apoyos a la investigación exhaustiva sobre la realidad del libro. La Cámara Ecuatoriana del Libro, gremio no estatal, presentará en un par de meses las estadísticas de la situación editorial en el Ecuador. Se necesitan establecer fondos fijos anuales para investigaciones sobre todo el país. Además, ¿qué hace el Estado ecuatoriano para estimular a la prensa ecuatoriana a dar espacios culturales, prácticamente eliminadas de todos los diarios y redes? Dieciocho años de un Ministerio de Cultura y todavía sigue la crisis en las bibliotecas públicas que dificultan que el lector pueda llevar libros. No hay talleres de lectura y escritura masificados. Sigue bloqueada por la Ley de Cultura la posibilidad de que se vendan las tantas publicaciones de tantas entidades estatales o provinciales que solo se pueden regalar o quedan embodegadas o revendidas en segunda mano en librerías de viejo. Dieciocho años y las ferias del libro en el Ecuador siguen bailando al tuntún de la improvisación de turno y no hay una entidad u oficina que las coordine. ¿Se está educando respecto a la realidad del libro? Veamos que hará el Ministerio de “Educación” al respecto, ahora que asume la función de la Cultura.

Los primeros que desconocen la cultura editorial son los mismos autores ecuatorianos, muchos de ellos malacostumbrados a andar saltando de una institución a otra, de un funcionario a otro, para conseguir el auspicio para la publicación de su libro, del que felices hacen su lanzamiento con un coctelito pero que termina sin llegar a librerías de todo el país, no digamos del extranjero, y se amontonan de polvo en el fondo de su biblioteca. ¿Qué ha hecho el Estado ecuatoriano luego de que dos de los grandes grupos editoriales internacionales, Penguin Random House y Planeta, retiraron sus sedes en el país y en donde los autores ecuatorianos encontraban interlocutores de la industria internacional? Nada, no se ha hecho nada. Muchos de los autores ecuatorianos siguen publicando en esos y otros sellos internacionales, pero para que sus libros vuelvan al país lo hacen como si fueran extranjeros.

Hablé de la sociedad civil y la industria editorial privada. En el mundo de los libros, la industria editorial debería ser el principal socio del Estado, no considerarla su enemiga ni una competencia, saboteando al regalar libros o poniéndole trabas y obstáculos. Hay que educar en la industria editorial, orientar a los profesores para que hablen del libro como un instrumento cultural en el que participan decenas de personas que estimulan y activan la lectura, no solo el iluminado escritor solitario, que seguirá escribiendo, con o sin ministerios, pero es su sociedad y su tiempo, son los lectores y editores los que necesitan ese apoyo real y no episódicos, menos aún cosméticos de eventos, premios y libros regalados. (O)