Poco antes de las 9 de la noche del jueves 1 de septiembre intentaron asesinar a la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Repudiar el hecho suena a una formalidad, como si se pudiera estar a favor o en contra. La violencia, pero especialmente la violencia política como este atentado, produce un íntimo rechazo, que lógicamente se expresa con todas las palabras que tenemos para hacerlo. Pero además es preciso que se renueve el compromiso integral de defender la paz, la democracia, la república, la justicia y la libertad... y los periodistas somos protagonistas esenciales de ese compromiso social.

La división de nuestra sociedad nos ha vuelto a colocar a los argentinos de un lado y del otro de la grieta. Unos dicen que todo esto es un montaje a partir de un hecho aislado –o quizá también montado– que sirve a Cristina Fernández de Kirchner para posicionarse en las elecciones de 2023; piensan que si Cristina quisiera planear un cambio de imagen para recuperar intención de voto, este era el Plan A (más del 60 % cree que es un montaje). Del lado del Gobierno suponen que si bien el autor material es un grupo de fanáticos marginales, los autores intelectuales son los partidos opositores, el periodismo, el poder judicial y hasta la embajada de los Estados Unidos, por sembrar odio de todos los colores.

Atentado a Cristina Fernández: ¿un hecho planificado?

En el medio está la crónica de la decadencia argentina. Una inmensa avalancha que se despeña hacia un abismo que parece no tener fin, en un país que hace muchos años no encuentra su destino. Políticos que buscan el poder por el poder mismo, sin importar las consecuencias, preocupados obscenamente por quedarse con los últimos despojos de un país que una vez fue rico. Como si no tuviéramos ningún problema, asistimos impávidos al espectáculo deplorable de referentes políticos paneleando en medios amigos –cada lado de la grieta tiene los suyos– azuzados por conductores que inducen la respuesta de sus entrevistados. Acusan, adolescentes, a sus contrarios de hacer lo mismo que ellos hacen y los contrarios a su vez hacen lo mismo que los que los acusan, pero del otro lado.

En la Argentina de hoy todo es política. Ir a misa es política, jugar al fútbol es política, trabajar en un medio es política. El color de la camisa es política y usar corbata es política. La manera de hablar es política. La barba siempre fue política, también la melena o el pelo corto. Los tatuajes son política. Es política el barrio, la manzana y la esquina. Todo está politizado porque todo tiene un significado y es aprovechable para la política: nada se desperdicia en la lucha por el poder porque la política en la Argentina se ha vuelto la lucha por el poder, a como dé lugar. Lo demás no importa y por eso no extraña que se busque rédito político de uno y otro lado a un atentando que en sí mismo es una desgracia mayúscula, absolutamente repudiable, y que puede tener efectos tremendos si no empezamos a hacer Política con mayúsculas, Alta Política, como le gusta decir al papa Francisco, para significar la dedicación real a solucionar los problemas de los demás. (O)