Puede ser repicar en el desierto, pero hay que insistir en que, además de mirar con detenimiento los problemas internos del país, quienes juegan a la política necesitan mirarse en el espejo de sus pares latinoamericanos para identificar las situaciones a las que podemos llegar. Desafortunadamente, la realidad es que, interesados en el bienestar individual y en las broncas de tufo mafioso que se desprenden de esto, no les queda tiempo para lo uno ni para lo otro. Evaden el tratamiento de las deficiencias económicas, sociales, institucionales, políticas, culturales y de un sinfín de aspectos relacionados que requieren el tratamiento urgente precisamente desde la política.

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Referirse a los políticos como aquello que juegan a la política no es un anglicismo ni un eufemismo. Para la mayor parte de ecuatorianos que entran en ese campo es un juego, y no cualquier juego, sino los de azar que no exigen el uso de la inteligencia. Es la búsqueda del resultado mágico que arregle de inmediato su situación personal, sin que importen las consecuencias que puedan tener sus acciones sobre el conjunto de la sociedad. La pésima calificación que reciben en las encuestas es la evidencia de la reacción que provocan en la ciudadanía. Pero, a la vuelta de la esquina, esas mismas personas que los reprobaron vuelven a elegirlos para el cargo que se presenten. No importa que lleven grillete, que estén sometidos a juicios por corrupción en la función pública o que previamente hayan engañado a esos mismos electores. La esquizofrenia colectiva aúpa a esos jugadores.

Lo vivido en Ecuador en octubre de 2019 y junio de 2022 se queda chico frente a lo que está ocurriendo...

Ya que no ven –porque no quieren ver– lo que sucede aquí dentro de casa, convendría que se den una vuelta por las portadas de los diarios para enterarse de lo que sucede en este momento en Perú. Después de más de dos décadas de ser considerado un país modelo en cuanto al crecimiento económico, ha entrado en una situación de convulsión en la que todas las soluciones posibles son malas. Las causas, más allá de los aspectos coyunturales (si Castillo fue el golpista o fue golpeado), se encuentran precisamente en el comportamiento de los políticos. De la misma manera que acá, jugaron a la política sin preocuparse de resolver por lo menos dos aspectos básicos. El primero, la aberrante distribución del ingreso, que era una bomba de tiempo que en algún momento debía estallar. Los golpistas y conspiradores que aparecen en las manifestaciones son surfistas que supieron aprovechar el oleaje. El segundo gran problema fue la vigencia de la constitución expedida bajo la dictadura de Fujimori. Se sucedieron congresos y gobiernos de los más diversos signos y nadie se planteó seriamente una revisión a fondo de esa carta que establece límites estrechos al Estado de derecho y entorpece el funcionamiento de la política.

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Ante las narices de nuestros jugadores están problemas de similar magnitud a los que han llevado a Perú a una situación inmanejable. Lo vivido en Ecuador en octubre de 2019 y junio de 2022 se queda chico frente a lo que está ocurriendo allá. Las consignas de la protesta apuntan fundamentalmente hacia los políticos y la constitución vigente, pero en la base están aquellos problemas intocados durante décadas precisamente porque los políticos jugaban su propio juego de azar. (O)