Napoleón Bonaparte fue un general francés de los siglos XVIII y XIX, conocido por conquistar la mayor parte de Europa occidental mediante agresiva estrategia militar. Se dice que el general afirmó que “fue la vanidad la que hizo la revolución, y que todo lo demás fue pretexto”. Esto no llamaría la atención si no fuera por los ideales que difundió la referida revolución.
Hay información o hechos que quedan en nuestra memoria hasta que algún suceso los recuerda y conecta. La Revolución francesa trajo como consecuencia el derrumbe de la monarquía absolutista, que hasta entonces había regido en Francia, a la vez que originó el establecimiento de un gobierno republicano democrático.
Los gobiernos democráticos deben luchar por dejar huella, trascender y dejar un legado importante. Sin embargo, el afligido gobierno de Moreno presentó varios proyectos de Ley propios del desastre nacional que vivimos, olvidándose de que ninguna ley por sí misma hace crecer la economía. Un gobierno debe saber que no es posible legislar o simplemente decretar el desarrollo, pero fuimos gobernados como si tal milagro es posible.
La historia no olvidará que aquel gobierno inició su mandato esperando terminar el periodo para el que fue elegido, que haya pretendido que la ciudadanía haga esfuerzos para ayudar a pagar sus sueldos, que no hayan intentado seguir la ruta del dinero de la corrupción, que no se haya disminuido sustancialmente el tamaño del Estado. Fue un gobierno en permanente zona de confort y no de transformación.
Un presidente debe tener claro que ninguna ley o decreto diseñado para impulsar la producción o distribuir la riqueza es capaz de convertir a un país pobre en un país próspero. Ese no es el camino si queremos prosperidad.
Efectivamente, un gobierno hereda un importante legado de leyes que representan las vanidades amontonadas de administraciones anteriores. Esto es innegable, basta recordar los años de gobierno de la Revolución Ciudadana para saber que hay vanidad, visera y negocios involucrados en la normativa aprobada durante su periodo. El Gobierno hereda, además, a una sociedad que funciona con dichas reglas del juego (normas). Los ciudadanos, contentos o no, funcionan de esa manera.
Un gobierno democrático debe saber enfrentar el universo de leyes que hereda, así como la sociedad regida bajo esas normas. Esa es la clave. Si bien no puede legislar la prosperidad, puede empezar a hacer cosas partiendo de la premisa de que la reforma implica deshacer antes que hacer, como bien lo afirma Álvaro Vargas Llosa en su libro Rumbo a la libertad.
La reforma conlleva derogar compromisos suscritos en el pasado, lo que resultará en disconformidad y resistencia de quienes se veían beneficiados. Aquí empieza la batalla y hay que pelearla como gladiador con terno pero con escudo y espada. Siempre es bueno recordar a Abraham Lincoln cuando dijo: “A menudo se requiere más coraje para atreverse a hacer lo correcto que para temer a hacer lo incorrecto”. ¿Cuál será el legado que dejarán al futuro presidente en cuatro años? El reloj está corriendo. (O)