Hay personas que piensan que escribir es un tema de sentarse frente a un computador, teclear palabras, unirlas en grupos de manera coherente, hasta armar oraciones cohesionadas y lógicas, pero hay mucho más detrás de un texto. Además, el elemento emocional juega un papel crucial, hay escritores que se vuelven prolíficos en la tristeza y otros que explotan su creatividad desde la euforia. Sin embargo, la gente olvida el fantasma de la página en blanco, esa niebla que puede aparecer en la cabeza volviendo todos los temas confusos o baladíes, a veces, es complejo salir de esa neblina.

Por tanto, creo que esa situación no solo aplica para los escritores, sino para muchos ciudadanos. Estamos con la mente presa de una nube gris que nos genera mucho temor. La delincuencia nos cubre como un tsunami sin importar raza, clase social o sexo. Hacer planes fuera de casa genera más ansiedad que placer, el dinero o más bien su ausencia en nuestras cuentas bancarias es otro elemento de agobio, especialmente cuando los bancos empiezan con su intensidad telefónica robándonos paz y sueño. El futuro, el paso del tiempo, la vida que se nos va en un suspiro, el miedo al fracaso y la soledad se suman en un torbellino que aturde, impidiendo muchas veces que logremos encontrar una salida que nos traiga paz, pero no podemos rendirnos, tenemos gente que está detrás de nosotros y nos mira como modelos a seguir, no podemos defraudar a nuestros hijos, no podemos rendirnos, tengo claro que suena más fácil escribirlo o leerlo antes que ejecutarlo, pero debemos encontrar la manera de hacerlo.

En consecuencia, cuando las cosas se me complican mucho y solo me provoca sentarme a llorar desconsoladamente, recuerdo a mi papá, quien en 1999 vivió el congelamiento de todas sus cuentas y vio cómo el dinero de toda una vida de trabajo se hacía nada mientras tenía en casa una hija universitaria y un hijo pequeño en colegio, cuando él era el único sostén económico de su familia. Agradezco profundamente que nunca sufrió un infarto ni murió de la impresión como muchos hombres de su edad en esa época, así que trato de emular su fuerza y determinación frente a la adversidad, aunque no es fácil. Temo que muchos ecuatorianos atravesamos momentos complejos de miedo e incertidumbre frente al porvenir, pero también ahora recuerdo las palabras de mi madre: “Todo pasa y esto que estás viviendo también pasará” y confío en que pronto vendrán tiempos mejores para todos.

Finalmente, escribo esta columna espantando fantasmas y peleando con la neblina de temores, mientras enciendo una vela de esperanza porque tengo claro de que en esta vida la única certeza es que no hay certezas y a pesar de todo, agradezco profundamente estar viva y poder abrazar a quienes amo. Pienso que mientras haya vida, hay oportunidades, nuevos comienzos y camino hacia ellos, aunque me tiemblen las piernas, aunque mis pasos sean lentos, aunque el camino se vea difuso y aunque el miedo trate de interponerse. Como decía Agatha Christie: “Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante, la vida, en realidad, es una calle de sentido único”. (O)