Enero de 2023 cerró, en Ecuador, con un 66 % más de muertes violentas que en el de 2022, según El Comercio del 22 de febrero de este año, provocadas básicamente por la disputa de territorios para el microtráfico de drogas y el dominio en zonas para delinquir.

El 2 de marzo pasado, este Diario publicó lo siguiente: “En los primeros 58 días del 2023 se registraron 945 homicidios intencionales a nivel nacional... De seguir este promedio diario se terminará el año con casi seis mil crímenes intencionales, que incluyen asesinatos, homicidios, femicidios y sicariatos...”.

La delincuencia de este estilo está atacando y sembrando terror con todas las armas que puede, sin respeto a nada ni a persona alguna. Y es que, justamente, nuestro país se ha convertido en tierra de nadie, propicia para el narcotráfico, narcolavado, lavado de activos, extorsiones de todo tipo y de todo monto, corrupción en los estamentos públicos, donde el billete verde y el soborno tienen sus redes en casi toda la administración.

Tanto, que cuando algún funcionario quiere eliminar esas “prebendas” los matan. Porque la criminalidad abarca no solo los hechos violentos, sino la de cuello blanco y dorado, que es más letal que el robo o asalto en las calles. Las cifras espeluznantes de la corrupción son multimillonarias. Y todo aquello bajo un manto de impunidad impresionante que se fabrica, incluso, desde el propio legislativo.

Las penas son de poca monta y los procesos son favorables a los delincuentes de toda calaña. A ello se agrega la negligencia, irresponsabilidad y compra de conciencias mediante sentencias o de medidas alternativas, que permiten la huida de los delincuentes, por parte de ciertos operadores de justicia, a quienes, a veces, los criminales también les aplican la expresión de “plata o plomo”.

Por otro lado, las cárceles están repletas de gente que no tiene la posibilidad de rehabilitación alguna. Y desde ahí se controla también el crimen organizado.

No alcanzamos a describir la inseguridad y temor que vivimos todos en el Ecuador, ni la angustia e indignación que experimentamos al sentirnos tan desprotegidos. Aquí no hay justicia. En su lugar tenemos rapaces feroces que llegan a hacerse con ciertos puestos para satisfacer su ego y llenar sus arcas y las de sus secuaces.

¿Y qué provoca este nivel tan alto de violencia? Alejamiento de la inversión, que, a su vez, conlleva falta de trabajo, poca reactivación de la economía, pobreza e incremento de la delincuencia. Es decir, un círculo vicioso infernal.

“La delincuencia genera pérdidas de $ 3.000 millones anuales y ahuyenta a inversionistas. El país podría crecer 3% más cada año si se redujeran los niveles de inseguridad, publicó (La Hora en octubre 20 del 2021)”. Y seguimos generando pérdidas...

Solo unas manos limpias y duras podrían poner orden en tanto descalabro, con el convencimiento, además, de que los derechos humanos deben proteger primero a los honrados y en última instancia a aquellos que, de una u otra forma, esquilman nuestras vidas. Mientras, seguiremos estando en manos del hampa. (O)