Por Adam Ratzlaff y Lucía González Camelo

Las amenazas de la administración Trump de reducir drásticamente su participación en organismos internacionales han intensificado la limitada coordinación de políticas en el hemisferio occidental. La administración anunció su intención de revisar la participación en todas las organizaciones internacionales y dejó claro que planea recortar la financiación o incluso retirarse de varias organizaciones. Esto reducirá la influencia de Estados Unidos, y varias organizaciones se encuentran ahora en una situación financiera precaria.

Los observadores argumentan que las potencias extrahemisféricas, en particular China, intervendrán para llenar el vacío. Pero la creciente influencia de China en América Latina no es simplemente una respuesta a la retirada estadounidense, sino el resultado de años de inversión sostenida. China también participa en diversos organismos y foros regionales y continuará aprovechando estos espacios para impulsar sus propias ambiciones en la región.

La reducción de la participación estadounidense representa una oportunidad para que China ocupe el vacío, pero el impacto debe entenderse como parte de la red más amplia de marcos regionales existentes, incluyendo muchos que no incluyen a Estados Unidos o que fueron creados activamente para oponerse a él.

Tensiones crecientes: fragmentación y competencia ideológica

Las organizaciones interamericanas se crearon inicialmente con dos objetivos contrapuestos: promover la coordinación y la integración y proteger la soberanía de los Estados de América Latina y el Caribe, incluso frente a Estados Unidos. Dadas estas prerrogativas, la coordinación regional nunca ha sido tan importante. Sin embargo, las frustraciones con el funcionamiento de las organizaciones regionales, la percepción de que algunas son herramientas del imperialismo estadounidense y los esfuerzos por asegurar un papel de liderazgo en los asuntos regionales han llevado al desarrollo de una cornucopia de mecanismos regionales superpuestos. Estos abarcan desde órganos deliberativos integrales hasta organizaciones más limitadas centradas en áreas funcionales clave, y desde organizaciones con secretarías bien desarrolladas hasta organizaciones “zombi” y agrupaciones de libre comercio.

Las visiones políticas contrapuestas han llevado a los países a crear instituciones paralelas en lugar de fortalecer las existentes. Por ejemplo, la creencia de que Estados Unidos tenía demasiada influencia en la Organización de los Estados Americanos (OEA) condujo a la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2008. La fragmentación ideológica no se debe únicamente a la división norte-sur; la Unión de Estados Suramericanos (Unasur), concebida en su momento como una plataforma unificadora para Sudamérica, comenzó a desintegrarse en 2018. En su lugar, líderes de derecha crearon el Foro para el Progreso y la Integración de América del Sur (Prosur).

En lugar de facilitar la coordinación, este panorama institucional fragmentado ha generado mandatos superpuestos, agendas contrapuestas y tensiones entre los Estados miembros, lo que ha debilitado la capacidad de la región para negociar colectivamente.

¿El mandato sin financiación?

Para complicar aún más la gobernanza regional, muchas organizaciones carecen de financiación o institucionalización suficiente. La financiación depende en gran medida de las contribuciones de sus miembros, pero pocos países están dispuestos a asumir los costos. La membresía suele tener valor político, pero cuando llega la factura, el entusiasmo se desvanece. Esto crea escenarios en los que el país que más contribuye a menudo se siente con derecho a moldear la agenda de la organización, una acción que puede socavar aún más la credibilidad.

La OEA ilustra esta dinámica. Estados Unidos es su mayor contribuyente financiero, cubriendo aproximadamente el 50 % del presupuesto de la organización. En la última Asamblea General de la OEA, el subsecretario de Estado estadounidense, Christopher Landau, señaló que Estados Unidos estaba considerando recortar el apoyo a la OEA. Sin la financiación estadounidense, la OEA se enfrentaría a un grave déficit fiscal, lo que haría casi imposible mantener sus operaciones. Esta dependencia financiera también alimenta el argumento de que las prioridades estadounidenses influyen considerablemente en la agenda.

Al mismo tiempo, las organizaciones que excluyen a Estados Unidos a menudo carecen de institucionalización. Por ejemplo, la Celac no solo carece de secretaría, sino que su cumbre anual se suspendió durante tres años debido a la falta de voluntad política. Si bien los líderes siguen impulsando la creación de una secretaría, la financiación sigue siendo un obstáculo clave.

Este laberinto institucional y la falta de recursos financieros colocan a América Latina y el Caribe en una encrucijada. Por un lado, el número de organizaciones refleja la ambición de la región de profundizar la integración y fortalecer su voz colectiva. Por otro lado, la persistente dependencia financiera, la superposición de mandatos y las divisiones ideológicas debilitan su eficacia y credibilidad.

Abriendo la puerta a China

A medida que Estados Unidos se aleja del multilateralismo y la cooperación regional, se abre la puerta a China. Sin embargo, la cooperación regional debe entenderse más allá de la perspectiva de la Guerra Fría. De hecho, de las 45 organizaciones y organismos regionales, Estados Unidos solo es miembro de 12 y observador en 3 más.

Si bien la limitación de la participación de Estados Unidos en foros regionales reducirá su influencia, China ya colabora con organizaciones regionales. De hecho, China es miembro u observador en nueve organizaciones y foros regionales en las Américas, con claras señales de compromiso con varios otros grupos. Para gestionar mejor este sistema regional fragmentado, China también ha desarrollado el Foro China-Celac como su principal mecanismo para la interacción multilateral regional. China aprovechó la retirada de Estados Unidos para anunciar grandes inversiones en la región en la Ministerial China-Celac. China está aprovechando la oportunidad que ofrece la retirada de Estados Unidos mientras la gobernanza regional sigue siendo difícil de manejar.

Adaptación a un Sistema Interamericano Posamericano

Con la oposición de Estados Unidos al multilateralismo y dada la compleja red de instituciones regionales que socava su propia eficacia, América Latina y el Caribe se enfrentan a un doble desafío: cómo impulsar una gobernanza regional eficaz y cómo financiar este objetivo.

Las estructuras hemisféricas han permitido a la región contener algunos de los peores impulsos de la política de las grandes potencias y han promovido la cooperación en áreas clave. Ante los severos recortes en la financiación estadounidense a estas organizaciones, los líderes regionales deben buscar nuevas fuentes de financiación. Una forma podría ser racionalizar las organizaciones regionales existentes y desviar la financiación a instituciones clave.

A medida que evoluciona el orden global, América Latina y el Caribe se enfrentan a la disyuntiva de sucumbir a la competencia entre grandes potencias o aprovechar la coyuntura para fortalecer la integración regional. Ante la escasez de fondos en las organizaciones y el rechazo del multilateralismo por parte de las grandes potencias, los líderes de todo el hemisferio, incluido Estados Unidos, deberían retomar el sueño bolivariano para posicionar mejor a las Américas ante este nuevo mundo. (O)