Observar la realidad permite cuestionarse y replantearse nuevos rumbos. Enfrentarse a ella, en contextos como los nuestros, no es tarea fácil, sobre todo para quienes trabajamos en el campo de la enseñanza, pues implica cuestionar constantemente el oficio o, al menos en mi caso, buscar el sentido a las prácticas educativas. Pensar en la formación de ciudadanos responsables, empáticos y conscientes de su entorno involucra pensar cómo estamos enfrentando el acto de educar en el siglo XXI. ¿Qué vías dejamos circular para que ingrese la realidad a los mundos pedagógicos?

¿Sirve proteger a los alumnos dentro de una burbuja? Muchos tendrán la creencia de que es la mejor vía para preservar la felicidad o para protegerlos de las hostilidades de la supervivencia. Sé de padres de familia que cuestionan las lecturas literarias que involucran situaciones pesimistas, panoramas desfavorables o de sufrimiento, pues existe la idea de que son muy pequeños para enfrentarse a dichas experiencias. Parecería preferible ofrecer escenarios placenteros y de constante optimismo; aunque, cuando se trata de otros consumos culturales, la violencia es justificada. No obstante, preocupa que la sobreprotección interfiera en la madurez y en la formación del sentido crítico, más aún si constantemente estamos sobreexpuestos a información desfavorable que amenaza nuestra convivencia.

Todo esto lo digo porque cada vez es más difícil pensar en la hoja de ruta que como docentes tenemos que cumplir con los alumnos. Hay una realidad allá afuera que parece divorciada de los contenidos que exigen ciertos currículos. Es verdad que ahora educamos para desarrollar habilidades que formen alumnos competentes. Sin embargo, no podemos desconocer que el panorama actual exige tratarse dentro de nuestras clases. Las múltiples caras de la violencia atraviesan nuestras experiencias de vida. ¿Se habla de la realidad del país? ¿Conocen los profesores qué sentimientos experimentan sus alumnos frente al presente? Incomoda pasar la página y normalizar los escenarios violentos, tal vez porque es una práctica común no condolerse frente a hechos que no nos afectan directamente. Para formar perfiles altruistas y empáticos debemos ofrecer espacios de sensibilización y de intercambios colectivos.

La educación debería ser una herramienta flexible que permita adaptar al alumno a los escenarios cambiantes...

Lamentablemente, nuestro país no impulsa reformas en contenidos educativos ni incentiva proyectos que involucren cambios significativos en nuestra convivencia. Pienso en cuánto se puede hacer con inversión consciente en programas culturales en barrios y colegios. La transformación que necesitamos como sociedad demanda que los Gobiernos apuesten más en sus ciudadanos y transformen las vidas más vulnerables.

La educación debería ser una herramienta flexible que permita adaptar al alumno a los escenarios cambiantes y desafiantes del día a día. La vida estudiantil no debe limitarse a ser resultados de estadísticas que evalúen los mejores desempeños y perfilándola competitivamente. No cualquier profesor puede hacer esta tarea. Se necesitan docentes comprometidos y con conciencia social, porque el mundo de allá afuera sigue siendo el lugar que exige nuestra intervención. (O)