Hace muy pocos días se hizo oficial en el mundo que el Ecuador se había convertido en el primer país del planeta en superar la barrera del millón de toneladas métricas de camarón producido en piscinas, esto es con acuacultura. Gigantes en territorio como la China y la India no alcanzan a producir lo que este bendito y pequeño territorio llamado Ecuador produce.
Esta hazaña, que no solo nos hace ya los más grandes exportadores, sino también productores (en banano somos los primeros exportadores mundiales, pero no productores, pues la India y el Brasil nos superan), es consistente con historias de éxito como la balsa, la tagua, y el cacao, que en su momento, nos hicieron los primeros exportadores mundiales.
El cacao fue un mérito enorme, pues sin canal de Panamá, enfrentando a países como el Brasil y los de la costa oeste africana, pudimos convertirnos en el primer exportador mundial, a pesar de la desventaja geográfica, hasta que la escoba de la bruja, plaga fatal, destruyó la capacidad productiva del país.
En todos esos casos la historia es la misma: emprendedores, empresarios visionarios, quienes sin gran apoyo estatal, lograron lo que es realmente difícil: penetrar en un mundo donde no hay protecciones sino todo lo contrario, una competencia feroz.
Aquellos que en los años setenta iniciaron esta actividad, observando que luego de los aguajes se quedaban unos camarones empozados, que luego se podían cosechar, y que empezaron a hacer muros, luego piscinas más técnicas, precriaderos, laboratorios tanto de desove cuanto luego de fertilización; los que luego mejoraron técnicas de oxigenación del agua y aireación, de formulación de alimentos balanceados más eficientes, y de alimentación del camarón con software, todos esos empresarios han hecho un trabajo mucho más eficiente que el de todas las burocracias de los famosos “instituto nacional del banano”, “programa nacional del banano”, “programa nacional del cacao” y mil instituciones más. Gracias a Dios, el millón de toneladas se ha logrado porque precisamente no hay ni nunca hubo un instituto nacional del camarón.
Este extraordinario logro ha sido producto de muchos sacrificios: vencer la mancha blanca, soportar varios fenómenos del niño, resolver crisis de mortalidad de larvas, infecciones y ciclos de precios bajos, así como tácticas de países compradores que han sido perversas. Pero los empresarios camaroneros han vencido todo, y han puesto al Ecuador en el lugar número uno del mundo.
Y esto siendo no una actividad extractiva, sino una actividad totalmente renovable. Es sencillamente un cultivo, como cualquier otro renovable. Y los manglares luego de una toma de conciencia, se han preservado, y el cuidado ambiental también. Es un sector que ha entendido que la supervivencia depende de conservar la naturaleza y saber protegerla.
Contrastemos este logro, con las actividades de otras empresas que les venden a los ecuatorianos productos muchísimo más caros que los producidos en el mundo, y que reciben protecciones del Estado para mantener su ineficiencia. Pensemos en el costo que esto tiene para el Ecuador. Y esos camaroneros, que son los número uno del mundo, lo hacen comprando camiones y vehículos que cuestan más de lo que deben costar por la protección que hay a empresas ineficientes, y esos camaroneros que compiten con países donde los salarios son más bajos, lo hacen a pesar de que cuando compran muchas cosas, tienen que pagar precios más altos que en el mundo, por las distorsiones de políticas que en vez de apoyar al sector exportador, apoyan a quienes se sustentan en el proteccionismo y la ineficiencia. Doble mérito, doble hazaña la del sector.
Este logro debe servir para que los ecuatorianos confiemos en la potencialidad de nuestro país, para que entendamos que sí se puede llegar a ser un país que derrote la pobreza y logre la equidad, pero que para ellos se necesita que la capacidad emprendedora no sea asfixiada por la maraña de regulaciones y trámites, que nos sea derrotada por esquemas que privilegian la ineficiencia por sobre la productividad, que privilegian a quienes tienen el contacto con el Estado para obtener tal ocual canonjía frente a quienes luchan en el durísimo mundo de la competencia mundial para generar las divisas que tanto necesita este país.
Que este logro del camarón sirva para que entendamos que esto lo hemos logrado en 50 años de lucha, no en un día, y que el desarrollo del país también toma muchas décadas, y que es hoy el momento, como lo he sostenido en artículos anteriores, de llegar a acuerdos sobre grandes metas, grandes objetivos, grandes políticas, que se deben sostener durante décadas para que lo que el camarón ha logrado como sector, la sociedad ecuatoriana lo logre en su conjunto. (O)