Hace más de quinientos años, hacia finales del siglo XV, en los talleres venecianos que imprimen libros han surgido problemas con los trabajadores; algunos de ellos, descontentos por el jornal y las duras condiciones en que desarrollan sus obligaciones, llegan a quemar las imprentas de la competencia. Andrea Torresani –que ha iniciado con éxito el negocio de la impresión–, para prevenir la destrucción de su local y salvaguardar a sus artesanos, acude a los Señores de la Noche, la guardia armada de las calles y los canales de Venecia, quienes, a cambio de una paga, le asignan unos hombres que cuidarán el negocio día y noche.
Al cerrar el trato y despedirse, el jefe de la guardia dice: “Es un placer ayudar a la impresión de libros. Los libros también hacen la República”. En el contexto de este relato, ‘la República’ se refiere particularmente a la Serenísima República de Venecia, donde suceden estos acontecimientos, pero bien podríamos aprovechar la frase del jefe de la guardia para sostener, de manera general, que lo que también se implica con los libros es aquella forma de Estado que asienta su poder en una voluntad popular mayoritaria en el que todo acto de gobierno debe someterse a leyes que procuren el bien común. Esto nos lleva a lo republicano.
Esto es, los libros tienen que ver con un país: con la lucha por la justicia y la igualdad de oportunidades para todos, con la alfabetización, con la formación moral y ética de las personas, con los valores compartidos que se asientan en un proyecto nacional, con la libertad de pensamiento. La frase sobre los libros que también hacen la República proviene de la novela El impresor de Venecia (2016), en la que el escritor Javier Azpeitia reconstruye –basándose en datos históricos y en la imaginación– la llegada a las islas del joven Aldo Manuzio en 1489, quien será considerado el gran inventor del libro portátil (de bolsillo).
Sus innovaciones incluyen la página con generosos márgenes blancos, la marca del impresor, la edición bilingüe en páginas confrontadas, la tipografía romana o letra redonda, la cursiva o itálica, la puntuación clara, la paginación y los índices, el listado de precios, los prólogos iluminadores y el catálogo de libros… Afirmar que “los libros también hacen la República” tiene una connotación que conecta las humanidades con la democracia; las ideas con la formación de ciudadanos y ciudadanas; el saber con una discusión pública razonada, sensata y en búsqueda de la verdad. Producir libros es un acto responsable.
Los libros son una combinación de talentos y destrezas: es una profesión, es un arte, es una técnica, es un saber, es una experiencia, es una contribución, es una tarea, es un placer. Los libros también construyen un país. Los libros escritos y publicados en nuestro Ecuador muestran buena parte lo que el país es, lo que el país quiere ser; muestran sus anhelos,
sus limitaciones, sus taras, sus ideales, sus sueños, sus fracasos, sus grandezas; muestran a su gente y sus luchas, a su gente y sus fantasías. No todo en la vida son libros, esto es cierto, pero son un estupendo suplemento de la rica experiencia humana del diario vivir. (O)