Dada la crisis que vive el Ecuador por la inseguridad y el crimen organizado, es lógico que la política exterior se haya centrado en estos dos años en posicionar la lucha contra el crimen organizado en todas las esferas internacionales. En el debate nacional, la discusión se centró en promocionar las bases militares extranjeras como la solución a los problemas. Ahora que esta posibilidad fue negada en consulta popular, es lícito discutir cuál es el plan B del Gobierno y cómo la comunidad internacional encajará en los nuevos planes. La realidad sobre el terreno sigue siendo dramática, a pesar de los anuncios frecuentes de cooperación internacional, que generalmente han tendido a la hipérbole. Pero la verdad es que la imagen del país en el exterior –sea en Washington, Nueva York o las grandes capitales europeas– es que el Gobierno no tiene aún una estrategia clara.

El tema de los migrantes también se ha corrido debajo de la alfombra desde la posesión de Donald Trump. No se discute, por ejemplo, qué está haciendo Cancillería para asistir a los miles de ecuatorianos que están siendo detenidos, maltratados en Estados Unidos (y no solo migrantes irregulares, sino permanentes). Grave disonancia cognitiva viniendo de la misma Cancillería, que tenía como mandato para todas sus misiones en el exterior conseguir puestos de trabajo –supongo con visas garantizadas– para ecuatorianos en todos los países donde tiene misiones diplomáticas. Es más grave todavía cuando se invita con bombos y platillos a la tristemente célebre secretaria de Seguridad Interna de EE. UU., la misma que dirige la violación diaria de derechos de tantos migrantes. El objetivo de su visita fue más oscuro aún: consolidar un acuerdo para enviar migrantes de terceros países en EE. UU. para que Ecuador se haga cargo –con plata y personal– de procesar sus pedidos de refugio o visado. ¿Cómo esto ayuda al Ecuador? ¿Cómo ayuda esto a su reputación internacional? ¿Qué se transó a cambio de cooperar con el drama humano que está creando el desplazamiento de familias? Por un momento pensé que el Gobierno de ADN se había vuelto maquiavélicamente transaccional y había hipotecado principios a cambio de un acuerdo comercial. Pero las agujas de un acuerdo comercial se han movido poco. Lo que hay es una hoja de ruta con un sinnúmero de condicionalidades desde Washington y cero reivindicaciones desde Quito. Cierto es que los acuerdos de comercio en la administración Trump no son ni vinculantes ni serios, pero debió ser un asunto fácil de resolver para un gobierno que hace tantos méritos por verse cercano al Trumpismo.

En lo formal, el Ecuador tiene un presidente y una canciller que realizan muchos viajes y eventos internacionales, pero eso no necesariamente es sinónimo de una política exterior seria, basada en principios y una visión de largo plazo. Puede tratarse de más marketing que política exterior. Y en esto no se distancia mucho de lo que quiso hacer la Revolución Ciudadana: mucho ruido, pero pocas nueces. Mientras tanto, indicadores centrales de desarrollo: inversión extranjera, empleo, bienestar de los migrantes, reputación internacional siguen a la deriva. (O)