Fue en la administración de Richard Nixon cuando en EE. UU. se acuñó la frase “Guerra contra las drogas”. Esa idea ha permeado las políticas públicas que procesan el fenómeno de la producción, acopio, distribución y consumo de psicotrópicos ilícitos. Pero ¿se trata de una guerra? Desde la década del 70 policías, tropas especiales, guardacostas, guardias de frontera, aviones, helicópteros, satélites y toda la panoplia de recursos tecnológicos militares en prácticamente todas las sociedades del mundo se han desplegado para vencer a un fantasma ubicuo que, tras 50 años de violenta lucha, con centenares de miles de bajas, no ha sido derrotado.
Una explicación ingenua, simple, es que el problema mundial de las drogas no es una guerra entre traficantes y aseguradores de la ley, sino de un fenómeno de economía política que se refiere a una compleja red de intercambios ilícitos que atraviesan sociedades, y Estados, en donde están ocasionalmente envueltos campesinos, trasegadores miserables, mafiosos grandes y pequeños, empresarios, emprendedores familiares, inversores, policías, jueces, militares y también banqueros.
Es un fenómeno social. A diferencia de la escenografía de las series de TV y películas de acción, el narcotráfico no es el producto de una conspiración siniestra diseñada por genios del mal, sino una actividad económica dispersa a lo largo de las sociedades que pervive porque existe un mercado en donde la ilegalidad y los riesgos que ella comporta, le confieren una rentabilidad extraordinaria. Las ganancias pueden ser tan altas que hasta presidentes de repúblicas han sido encausados por caer en tentación. Los casos de personajes notables, en apariencia intachables, con cargos políticos o parentescos importantes en los Andes vinculados a este negocio son innumerables.
Las principales modificaciones experimentadas por la región andina en la última década se resumen en el incremento de las capacidades productivas, en la fragmentación de las organizaciones, y su dispersión, luego que los acuerdos de paz colombianos eliminaran a las FARC como un ente informal de regulación de la ilegalidad; también en la conexión entre México, Europa con las mafias locales; muy importante: la transformación del Ecuador de estación de tránsito de cocaína y heroína a mayor centro de acopio de psicotrópicos sudamericanos a causa de la erosión de las capacidades estatales; igualmente en la diversificación de negocios, ahora además orientados hacia la minería ilegal en Colombia, Perú y Ecuador; y, en la versatilidad de los sistemas de lavado de dinero y realización de la ganancia. Si bien la heroína y cocaína termina diluyéndose en los hígados de consumidores, alguien muy legal en un país del norte asiático o atlántico, se queda con el oro cuya extracción devasta la ecología andina.
La guerra contra las drogas peleada con instrumentos militares ha fracasado. Los actores son múltiples, ocasionales y conviven con nosotros. Pero, la capacidad agregadora del discurso bélico, favorece a políticos y a presupuestos mal orientados. Tal vez el destino augura 50 años más de muertes y fracasos. (O)












