El desarrollo es sinónimo de progreso económico, social y humano, que se traduce en la mejora de las condiciones de vida de las personas, lo cual a su vez genera mayor seguridad y autoestima en los individuos. Las sociedades y quienes las conforman luchamos por el desarrollo. Este es una bandera de lucha, una clásica promesa, una conquista que todos quisiéramos acariciar. Es especialmente ansiado por los más pobres.

Según la RAE, indígena es la persona “que forma parte del pueblo que originalmente se asentó en un país o en un territorio y que suele conservar su identidad y su cultura tradicional”. El indígena, como toda persona, tiene derecho al desarrollo, a mejorar sus condiciones de vida. En estas semanas de protesta por el incremento del precio del diésel es importante tener claros algunos puntos: las comunidades indígenas no han alcanzado el desarrollo. ¿Será que no lo han deseado? No. ¿Será que el desarrollo es ajeno a la cultura indígena? No. ¿Será que las estructuras para lograrlo no han funcionado? Sí. ¿El Estado ha creado instituciones para el progreso indígena? Sí. Entonces, ¿por qué, en líneas generales, no existe desarrollo indígena?

Me temo que por la mala gestión de la institucionalidad pública pertinente, por la inconstancia de la prioridad de la causa indígena a nivel gubernamental. Para que el ciudadano/a dimensione parte de mis afirmaciones quiero señalar que el 22 de abril de 1994 el Gobierno de la época creó la Secretaría Nacional de Asuntos Indígenas y Minorías Étnicas como entidad adscrita a la Presidencia de la República. El 13 de marzo de 1997 se creó el Consejo Nacional de Planificación y Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros (CONPLADEIN), entidad adscrita a la Presidencia de la República; es decir, fue una creación al más alto nivel. Este consejo nacional tenía como competencias: “Definir políticas de Estado para el desarrollo de los pueblos indígenas y negros del Ecuador”; “Ejecutar programas de desarrollo dentro de la cosmovisión de los pueblos indígenas y negros del Ecuador”. Es decir, institucionalidad no faltó. Fallaron, creo yo, las personas al mando y el impulso de los Gobiernos. Ese fracaso debe convertirse en éxito. Todos lo deseamos. Tal fracaso no genera como consecuencia el caos en las protestas. Ese caos no lo genera el indígena común, sino la mala dirigencia. La genuina cultura indígena no es proclive a la violencia. El indígena es trabajador, constante, y arrastra una historia de discriminación. Esto es innegable. La mala dirigencia indígena no tiene derecho a arrodillar a la sociedad ecuatoriana a base de violencia para dejarla trabajar. La mala dirigencia puso de rodillas a Moreno; llevó a Lasso a lo increíble: renunciar a aumentar la producción petrolera; y no puede arrodillar a Noboa, ni este dejarse arrodillar. Si lo hace, su Gobierno será completamente débil. El Gobierno no debe ignorar la injusticia y la discriminación indígenas. Sin renunciar al incremento del precio del diésel, deben acordarse mecanismos creíbles, serios y constantes para el progreso indígena. El país necesita sembrar semillas de esperanza para cosechar grandezas por doquier. (O)