Al parecer el estado actual de nuestra cultura política es la del delirio. El presidente Daniel Noboa se ha encargado de forjar su identidad política a través de un mensaje clave: “el nuevo Ecuador”. En su segundo periodo, y a más de un año de ocupar el Palacio de Carondelet, no quedan dudas de la dirección a la que apunta. Pero “el nuevo Ecuador” es el mismo del que pretende alejarse, y sobre todo es el mismo al que algunos de sus funcionarios más altos criticaron en el pasado. Nos queda claro la pretensión de concentrar más poder en manos del Ejecutivo. Si la constitución hiperpresidencialista, y después de una consulta popular en su primer periodo, no le otorga las facultades necesarias para dar soluciones al país, más poder concentrado en el presidente y su partido, no ayudará en nada a resolver nuestros problemas.
Nuevamente el asalto a las instituciones, el irrespeto al equilibrio de poderes y al Estado de derecho, el desprecio al procedimiento formal de la ley son el diario acontecer político de nuestro país. Lo nuevo: gente que era acérrima defensora de los principios liberales de la democracia y república esta semana han participado de una campaña, sin precedentes, de hostigamiento y persecución a la Corte Constitucional ¿todo por un puesto y poder? Altos funcionarios cuya obligación es promover y proteger derechos han participado de la creación de un espacio donde individuos con esvásticas (ignorantes sin duda) se sienten seguros de marchar y acompañar sus acciones políticas. La ciudadanía, otrora crítica de las acciones de un expresidente con pretensiones autoritarias, hoy justifica las mismas acciones que hace no mucho le hacían rabiar en redes sociales.
Las altas cabezas y funcionarios de ADN deliran con discursos de dos minutos, marchas pagadas y sesiones de fotos para redes sociales. El ciudadano “de a pie” se encuentra en una fiebre provocada por estéticas algorítmicas y odios no tratados que le hacen arder para defender a toda costa al autócrata de su gusto. En nuestro país la defensa de la democracia depende de la temporada. En nuestro delirio pretendemos curar la enfermedad con el mismo virus, enfrentamos autoritarismo con autoritarismo. En la fiebre del delirio fabrican conspiraciones “narcocorreístas” en todo lado. Siempre ha sido más fácil culpar al otro, y ya en su segundo periodo, el inmediato antecesor es el mismo que hoy ocupa la silla presidencial. En la fiebre del delirio no importa que cada mes se reporte como el más violento de nuestra historia, o que bebés mueran por falta de insumos; no importa que ya se aprobaron un conjunto de medidas para otorgar más capacidad de acción en temas de seguridad, antes usa esas mismas cifras para pretender concentrar más poder. En el delirio repiten “el fin justifica los medios”. Pero el fin parece el mismo del último autócrata. El presidente es el primero que delira; no lidera, contagia su delirio por redes algorítmicas. Alucina pensando que sus acciones son nuevas y lleva al Ecuador “adelante”. Nada más parecido que dos autócratas. En nuestro delirio parece que se nos agota la capacidad política, sin ideas, y condenados a repetir la historia, cada vez en un ciclo más corto. (O)