La situación que vivimos como país todos sabemos que es grave. No solo por la inseguridad, problemas económicos y fracaso de la educación, sino porque la mayoría de involucrados en la violencia que nos cuestiona y nos paraliza son jóvenes. El presidente que nos gobierna es joven y ha hecho de la atención a los jóvenes y sus aportes su bandera. Su mención es recurrente en sus discursos, casi excluyente para los que no están en esa franja etaria.

Muchos de los miles de apresados desde la declaración de guerra interna son jóvenes. Múltiples voces se alzan, escriben, comentan. No tienen posibilidades de cambio, hay que aplicar soluciones radicales y muestran las fotos de municiones con las que se debería acabar con sus vidas.

Tiempo de emociones

Al mismo tiempo las noticias nos informan de jóvenes reclutados por las diferentes bandas a la fuerza desde los 12 años. Reciben pagos, misiones y aprendizaje en manejo de armas. Los varones. Mientras, muchas jóvenes mujeres son secuestradas, obligadas a tener relaciones con miembros de las bandas y luego devueltas a sus casas. Y dejan un pago a sus padres que no se atreven a hablar ni denunciar.

La solución no es eliminarlos, encerrarlos por años, aislarlos, salvo casos de diagnósticos psicológicos que determinen una enfermedad conductual que constituye en peligro para la sociedad.

Que se vayan ellos

El primer paso es conocer la realidad, no negarla o evadirla, saber que eso está pasando y ser empáticos con quienes están sumergidos en un lodazal del que no pueden salir solos y amenaza sumergirnos a todos.

Si a los 16 años pueden votar... a esa edad quizás sería apropiado hacer un servicio cívico...

Y sobre todo generar las condiciones para que los cambios puedan darse. Con lugares apropiados para su rehabilitación y reinserción que comprendan formación técnica y académica adecuada a los traumas sufridos y a las acciones ejecutadas. Con casas en lugar de celdas y un máximo de habitantes en ellas. Ocho, diez jóvenes en cada una. Que deban cuidar, limpiar y embellecer. Con familias reales dispuestas a funcionar como los referentes de cada reclusorio, en el campo si es posible, en contacto con la naturaleza, trabajando para que amen lo que producen y respeten la vida en todas sus manifestaciones. Y todas las medidas de seguridad que los expertos decidan. Una aldea penitenciaria para los jóvenes, no solo las cárceles estilo Bukele.

Combatir el narcotráfico supone además de identificar y combatir el crimen organizado, quitarles la mano de obra en que han convertido a la juventud desprotegida de este país.

Si a los 16 años pueden votar y elegir las personas que dirigirán este país, a esa edad quizás sería apropiado hacer un servicio cívico, justo antes de comenzar el bachillerato, que les permita conocer el país, realizar sus primeros trabajos, descubrir las diferencias culturales, constatar los esfuerzos requeridos para obtener recursos propios, e ir delineando sus propósitos de vida, descubrir aquello que los hace a cada uno único y especial e ir sentando los pilares de lo que será su profesión.

Tareas que requieren romper muchos modelos educativos, formar un profesorado que sea además tutor, no el personaje desbordado por tareas administrativas que pone notas. Requiere que este joven millennial encuentre su presente y su futuro enamorándose de lo que puede hacer y con propuestas creativas para lograrlo. (O)