Llegó a nuestra vida como llegan las mascotas. Y nos adoptó a todos. ¡Familia!, era su típico saludo, y eso es lo que Daniel Gutiérrez fue, familia.

Tan guayaco y auténtico como el encebollado, tan insistente y necio como un marido, tan generoso como charlatán, tan culto que se ganó el apodo de Mono Culto.

Lo conocí un viernes que él y una amiga iban a bailar salsa. El sábado fui yo la invitada. Santi, Caro y Paz tenían noche de pícnic en la cama, yo me fui a aprender a bailar tremendo ritmo, pero él al ver mis movimientos andinos, sin compasión me dijo: Moca, me voy a bailar con la Coca Ponce, la salsa no es para los de Latacunga. Me gustó su sinceridad, tomé un taxi y volví a integrarme al pícnic.

Los domingos almorzaba donde mis papis, disfrutaba la tarde de domingo viendo ópera en los antiguos discos láser de mi hermana Susi. Una tarde de esas, papá ya viejo lanzó su ¿Oyes, enamorado de cuál es este tal Daniel? El Mono contestó: De las dos, doctor Marquito, de las dos.

Adoraba a mis hijas, era su cómplice. Las vio crecer, eso le dio derecho a quererlas como las quiso. Daniel murió en carnaval, yo me quedé sin palabras, Caro lo recordó así: “Daniel Isaías, leí. Me reí, quizás me burlé, y él entre acholado y simpático me quitó su cédula y me dijo que uno no escoge los nombres, pero sí cómo nos llaman y por qué nos conocen. A él lo conocían muchos y lo querían otros. Ajeno al mundo que nos rodeaba, andaba en su propia nota. Hablaba de cosas “difíciles” y contaba cuentos que no eran cuentos, eran sus vivencias que a mí me parecían irreales.

Me sentía especial de haber probado comida macrobiótica, sonaba a algo científico, él era vegetariano; allá por esa época en que no estaba de moda y solo había unos pocos.

Si algún recuerdo guardo es “la travesura” en la que nos embarcamos en 1993. Era la Copa América en Ecuador y la Tri jugaba con México, no recuerdo detalles, todo era como una nube porque se sentía ilícito, y es que, la ley, mi papá estaba en la hacienda y estaría totalmente en contra de la jornada que viviríamos esa tarde. Bandera en mano, ropa amarilla, azul y roja, y una fe que nos volvía inmensos, parados en la general mi mamá nos tomaba fotos con su cámara de rollo 110. Horas más tarde volveríamos a casa, derrotados por los goles y empapados hasta las medias por el aguacero. Llamó mi papi, y creo que se enojó, pero lo divertido no nos quitaba nadie. Lo vivido se quedará para siempre en mi memoria. Recuerdo el dolor de barriga de las carcajadas.

Llamaba a mi Ewok de manera despectiva “pinche perro”, hasta que Tosca le tocó el corazón y le cambió por siempre, ella llegó a enseñarle el amor incondicional. Lloró como un niño el día que Tosca murió de manera trágica. Me da paz saber que se encontraron, que seguirán disfrutando de la música clásica y de esas carcajadas inolvidables que me parecían exageradas, que hoy busco en mi memoria volverlas a escuchar, como una despedida a su pronta partida. Descansa en tu conocimiento, en tus libros, en tus historias de trotamundos y en todos esos momentos que atesoro. ¡Gracias, Mono Daniel; hasta juntarnos otra vez! (O)