¡Qué gratificante es abrevar en la fuente cultural saliendo del círculo privado, para, codo a codo con ciudadanos tan ávidos como yo, beber sus aguas! Esto es lo que muchos demandamos de instituciones que tienen iniciativas y presupuestos. Por eso, voy a referirme a hechos de la semana pasada

El jueves la Cámara del Libro de Quito convocó a un buen número de trabajadores del área y nos puso entre las manos las Estadísticas 2024, en las que recoge interesantes novedades: las publicaciones se formalizan con el respectivo ISBN; el año pasado hubo más de 19.000 títulos nuevos, los del terreno de los estudios sociales dominan el horizonte; aparecen nuevos agentes editores, y más. Es alentador identificar rasgos de crecimiento, aunque estemos seguros de que la aparición de libros no asegure el nacimiento de nuevos lectores. Adentrarse en la lectura requiere de mucho más que ponerle libros en las manos a la gente. Pero una reunión entre afines pone a los ejecutores detrás de metas comunes.

La advertencia de que Una vida en el teatro cerraría su temporada en el Estudio Paulsen me sacó corriendo a verla. Dicen que una última función siempre es mejor que la primera: me tocó apreciar una representación de lujo entre Lucho Mueckay y Marlon Pantaleón, entregados a recrear varias instancias de lo que es dedicar la vida entera a la actuación, obteniendo momentos de gloria y de caída. La obra de David Mamet adaptada a Guayaquil tiene la precisión perfecta para compendiar los múltiples sabores del ambiente y los toques de humor indispensables para confirmar lo agridulce de la vocación (lástima que el público ría inmoderadamente a la mera mención de una mala palabra). Recordé al Mueckay que volaba por el escenario cuando danzaba y ha llegado hoy a la cúspide de una madurez escénica que lo hace tan grande. Pantaleón no desmerece nada a su lado.

La inauguración del 24.º aniversario del festival EDOC me permitió apreciar el documental Carmela y los caminantes, de la pareja de realizadores Herrería-Coloma, que muestra un buen paso del cine ecuatoriano con un espléndido trabajo de años sobre Carmela Carcelén, la lideresa afroecuatoriana dedicada a darles apoyo a los migrantes venezolanos en la frontera del Ecuador con Colombia. La figura de la mujer es tan poderosa y tan carismática que de su palabra brota toda la sabiduría popular de quien se ha hecho a sí misma en la lucha por la vida, arrancándose de la pobreza para abordar un camino de comprensión y solidaridad. “Pude ser prostituta, pero decidí que todo lo que a mí me había ido mal lo convertiría en bien y delante de mí nadie más sufriría”, dice en algún momento. La edición es tan adecuada que la historia de ella y su familia se va formando en la mente del espectador, diáfanamente.

La noticia del premio en Venecia al guion de la película Hiedra, de Ana Cristina Barragán, también es un buen espaldarazo a los esfuerzos ecuatorianos por adentrarse en el arte más complejo y caro. Por todo esto, celebro que podamos asistir a los múltiples rostros del arte, para no quedarnos solamente en series de plataformas extranjeras, en títulos de autores internacionales, en sueños de que “algún día” llegaremos a poner nombre y obras de la inagotable creatividad ecuatoriana en horizontes distantes. (O)