Nuestro Código Civil lo ha dicho con belleza y frialdad. Sus palabras son casi poéticas: “La apreciación del daño está sujeta a reducción, si el que lo ha sufrido se expuso a él imprudentemente”. Es lo que legalmente se conoce como la “culpa de la víctima”.
Una vez que se produce un daño, la figura de la “culpa de la víctima” nos obliga a analizar hasta qué punto quien sufrió ese daño no contribuyó también a provocarlo. Si determinamos que la víctima ha causado en cierta medida su propio perjuicio, la consecuencia es la reducción del monto de la indemnización a la que tendría derecho. Así, por ejemplo, un vehículo atropella a un peatón. El conductor ha ocasionado un daño por el que debe indemnizar. Pero luego se descubre que el peatón cruzó la calle de manera imprudente. Había un paso peatonal elevado, y, sin embargo, para ahorrarse la molestia de subir unas cuantas escaleras, decidió lanzarse intempestivamente a la vía. Entonces, el monto de la indemnización se reduce proporcionalmente a su propia culpa, pudiendo incluso llegar a cero, si se determina que fue el único causante del hecho.
La idea de nuestro Código Civil –que con buen criterio copiamos casi literalmente del Código Civil de Chile– es que las personas tenemos un deber jurídico de evitar daños a nosotros mismos. Se trata, en cierta forma, de anteponer la responsabilidad personal a la victimización.
Una de las taras de nuestra ecuatorianidad es, precisamente, la victimización. La nuestra es una cultura de víctimas, con poca o ninguna asunción de responsabilidad personal.
Pensemos en nuestra historia reciente. Ciertamente, el feriado bancario de hace 25 años fue una desgracia, atribuible a un régimen legal permisivo y a prácticas inescrupulosas de ciertos banqueros, pero ¿alguien se ha preguntado cuánta fue la culpa de la ahorrista que, imprudentemente, depositaba su dinero en una institución financiera que sospechosamente ofrecía un retorno del 200 % en tres días, sin ninguna justificación técnica? Ciertamente, tuvimos un gobierno de corrupción absoluta que bloqueó la inversión privada, comprometió las arcas del Estado y permitió que se instalara el narcotráfico. Pero ¿alguien se preguntó cuánta fue la culpa de quienes votaron por ese grupo político, o de los empresarios que financiaron sus primeras campañas?
El Ecuador se gobierna de raíz
O pensemos en nuestros problemas actuales. Es cierto que tenemos uno de los aparatos burocráticos más corruptos del mundo. Pero ¿alguien se ha preguntado hasta qué punto incentivamos esa corrupción diariamente con trucos para defraudar al fisco o con el pago de pequeñas coimas? Es cierto que vivimos en un país donde gran parte de la riqueza personal proviene de actividades ilícitas. Pero ¿alguien se ha preguntado cuánta culpa tenemos cuando aplaudimos la riqueza mal habida y asistimos con gusto a las fiestas y reuniones de quienes se hacen millonarios de la noche a la mañana sin explicación alguna?
La idea de la culpa de la víctima en el Código Civil es muy poderosa: quien provoca su propio daño, luego no puede quejarse. (O)