¿Han visto o leído las informaciones publicadas sobre el juicio político al excontralor general del Estado Pablo Celi en la Asamblea Nacional? Por si acaso, no me refiero a la bronca entre el presidente de la Comisión de Fiscalización, Fernando Villavicencio, y un montón de sus colegas de distintas bancadas. Estoy hablando de lo que se está contando durante el proceso.
Personalmente, luego de leer algunas noticias publicadas, no pude dejar de pensar en las películas o las series donde se ven los juegos de poder. No hablo de esas que cuentan sobre las caras visibles de la política. No, esas son para novatos. Hablo de esas que muestran el poder real, crudo, sin moral, sin principios, sin compasión ni vergüenza, las que exponen la cara más pobre de los seres humanos.
Siempre he pensado que los guionistas son simplemente geniales. Piensan una a una las movidas de cada uno de sus protagonistas. Y ¡qué decir de las respuestas, de los contrataques! Nada como ver esas partidas de ajedrez en donde se juega la supervivencia de los bandos en disputa y esfuerzos que hacen por sobrevivir. O de otras personas que saben –a veces no– que serán arrastrados en esa batalla campal, a veces sutil, en la que están atrapados.
Es fascinante ver cómo son capaces de construir los personajes más sórdidos, malvados y retorcidos vestidos de rostros y sonrisas que pudieran parecer encantadoras. Y cómo en no más de 80 capítulos revelan que son inagotables en esa batalla constante por más poder, por más dinero... hasta que llega su final. Claro, en la ficción, ese final no necesariamente es muy agradable.
Son increíbles esos diálogos tan coherentes para que las mentiras vayan construyendo fortalezas, esquemas de protección a sí mismos y sus imperios. Y los artificios legales que estructuran para sostenerse y justificar su accionar. Esos giros narrativos, para subir la tensión, en los cuales desaparecen pruebas, testigos y se producen cambios de versiones. O, todo lo contrario, se las construye, se las monta, llevándose en el camino a quien se atraviese. Ese es un daño colateral, inevitable, que se justifica con esa frase tan popular como “estuvo en el lugar y en el momento equivocados”. Engancha fuerte, en este tipo de historias, el papel que desempeñan los amigos o fieles servidores de los protagonistas. O son socios o deben favores o son víctimas de chantajes que, mirados en la pantalla chica, producen escalofríos. Todo con el objetivo de que hagan cosas no tan santas. Ellos también son los recaderos de los patrones.
¡Ay, los patrones!, cada uno más retorcido que otro. Cuando están de a buenas, los negocios, sus negocios, van bien. Nadie cruza las líneas invisibles de las fronteras acordadas o sobrentendidas. Todos prosperan. Pero si a alguno le subió la ambición o se dejó llevar por sus amiguis, hágase a un lado que una guerra puede estallar. Y me refiero a que a los guionistas no les importa que haya muertos, heridos, encarcelados y un reguero de sangre.
Claro, tal vez yo he visto muchas series sobre esas o he leído muchos libros que abordan estos temas y se me disparó la imaginación. (O)