En una nota del 9 de junio de 2025 de este Diario expresaba mi parecer sobre el duro trance que atraviesa la Universidad Agraria del Ecuador, lo hacía prevalido de mi condición de profesor honorario, antecedido por el pesar que la embargaba por el fallecimiento de su fundador y primer rector Dr. Jacobo Bucaram Ortiz, que presagiaba una disputa interna por captar su conducción que llegó al extremo de provocar alteraciones del orden con interrupción de la movilidad ciudadana en el dinámico sector donde se encuentran las principales instalaciones universitarias en un sector de tránsito hacia los puertos de Guayaquil, situación que impulsó al organismo de control superior universitario para recurrir a la extrema figura legal, de resultados contradictorios donde se ha aplicado. En ese mismo artículo decía también que frente al problema deberían ser los estamentos autónomos de la propia Agraria los que superen diferencias y designen democráticamente sus nuevos dignatarios.

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Lamentablemente, no se acogió esa pública sugerencia y se procedió a constituir una comisión interventora que nominó un rector interino con muchos lauros, pero ajenos a los objetivos agrarios, esencia de la universidad intervenida, extraído de un centro de estudios superiores que, al decir de publicaciones y redes que circulan en el cantón Milagro, pretendería concretar una añeja aspiración de absorber la universidad en análisis, que daría al traste con el sentido objetivo que obligó a desprenderla mediante ley de la vieja y burocrática universidad de la época, sumergida entonces en un escenario ya superado, ahora con sus propias rentas y un patrimonio actual superior a los 600 millones de dólares mantenido incólume gracias a una exitosa gestión, con extensiones en diferentes provincias del país, tanto es así que el ungido mostró sus intenciones al remover profesores y empleados y reemplazarlos con retirados del centro de estudios de donde procede.

La intención de absorción ya no se disimula, se manifiesta en pancartas exhibidas en un desfile cívico recogidas por la prensa local milagreña, mientras la supuesta triunfante intervención, prorrogada por un año, se desmiente con la fragmentación que atentan al espíritu del alma mater al inducir alteraciones de la tranquilidad de la colectividad universitaria sustituida en el irrespeto a derechos elementales, violación a la estabilidad de empleados y docentes sometidos a injustificados e ilegales despidos, fomentando un ambiente policiaco y persecutorio en que cada ejecutivo cuenta con guardia pretoriana de seguridad y protección, además alentando actitudes de ingratitud, dando pábulo a lo que bien definió el patriota y bardo guayaquileño José Joaquín de Olmedo como “un monstruo que da horror” con la eliminación de todo vestigio de la huella histórica del fundador de la Agraria.

¿Y las universidades?

Aspiramos a que el buen criterio de los miembros de la comisión interventora los conduzca a revisar en profundidad lo que ocurre en este centro de estudios, ahora más necesario para que emita sus atinadas orientaciones para el crecimiento de un segmento básico para la alimentación poblacional como es lo agrario. (O)