Durante años nos enseñaron que la máxima expresión del desarrollo de un país se medía exclusivamente por el crecimiento del PIB. Pero cada vez está más claro que esa visión deja fuera lo que realmente sostiene nuestra vida y economía: el capital natural.
El agua que bebemos, que alimenta nuestras hidroeléctricas, los suelos que cultivan nuestros alimentos, los bosques que regulan el clima, los océanos que capturan carbono y que generan el 50 % del oxígeno que respiramos… todo eso tiene valor. Y no un valor simbólico, sino real, económico, estratégico. Pero seguimos tratando estos activos como si fueran inagotables. ¿Qué empresa sobreviviría si no registrara en sus cuentas la pérdida constante de su infraestructura más valiosa?
Ecuador es el país más biodiverso del mundo por kilómetro cuadrado. Ese no es solo un dato de orgullo nacional: es un activo que puede convertirse en la base de un nuevo modelo de desarrollo. Pero para lograrlo debemos integrar el capital natural en nuestras decisiones económicas, políticas y, sobre todo, en nuestros estados financieros. Ya lo hicimos: los canjes de deuda por conservación en Galápagos y la Amazonía redujeron la deuda soberana en más de $ 1.500 millones. Y es replicable.
Imaginen lo que pasaría si cada decisión de inversión, cada presupuesto público, cada plan de infraestructura considerara el costo ambiental como parte del análisis. ¿Seguiríamos deforestando para abrir caminos donde hay alternativas sostenibles? ¿Construiríamos sin pensar en el riesgo hídrico o la resiliencia climática?
No podemos seguir hablando de crecimiento sin preguntarnos qué estamos perdiendo en el camino. Si nuestros bosques desaparecen, si nuestras fuentes de agua se contaminan, si el mar se acidifica, no hay política fiscal ni crédito internacional que lo compense.
Necesitamos una contabilidad honesta con la realidad. Que reconozca que los recursos naturales son activos finitos. Y que su restauración no es un gasto: es una inversión.
He defendido esta visión en cada espacio que he tenido, dentro y fuera del país. Porque estoy convencido de que Ecuador no solo puede liderar este cambio: debe hacerlo. Tenemos la experiencia, el conocimiento y el talento para integrar naturaleza y desarrollo con inteligencia. Somos tan ricos como cualquier país rico del mundo, con la diferencia de que nuestra moneda se llama biodiversidad.
El mundo está cambiando. Los mercados valoran cada vez más la sostenibilidad. Inversionistas analizan el riesgo climático. Las certificaciones ambientales se han vuelto moneda de confianza. Ecuador tiene una ventaja natural enorme. Pero si no la gestionamos bien será una oportunidad perdida.
Yo he decidido que mi propósito esté alineado con ese capital que lo sostiene todo. Y creo que ese mismo propósito puede ayudarnos a construir un país que no solo progrese, sino que permanezca.
¿Alguna vez han pensado que todo viene de la naturaleza? Sí, absolutamente todo. Sin excepción. Ya sea por producción o por extracción. Entonces, ¿no es lógico que el capital natural forme parte de nuestros estados financieros, públicos y privados? (O)