Sucedió hace algunos años. Era época electoral. Un amigo sacerdote, párroco en un sector marcado por la pobreza, me llamó y me dijo que algunos habitantes del barrio le pedían que les dijera por quién votar. Se trataba entonces de elegir diputados (ahora llamados asambleístas), que es como se denominaba a los miembros de la Función Legislativa. Por supuesto, mi amigo les dijo que no podía hacer eso, que era una decisión personal y libre, pero me preguntó si yo podía ayudar de alguna manera. Le dije que yo tampoco podía decirles por quién votar, pero que podía trabajar con ellos para que conozcan qué hacen los diputados y tengan elementos para la decisión.

Llegó el momento de hacerlo; hora: las ocho de la noche, cuando llegaban desde sus lugares de trabajo que, generalmente, no quedaban muy cerca. Lo primero que hice fue preguntarles qué hace un diputado; siguió un momento de silencio, hasta que una señora mayor levantó la mano y dijo: “Controlan”. Siguieron las preguntas y los silencios, hasta que la misma señora dijo: “Creo que los llaman y los pueden botar”. Fue el inicio de la explicación de la facultad de fiscalización política que tenían y tienen los legisladores. Después de algunas preguntas tuve la impresión de que lo tenían claro.

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Luego, la interrogante fue: ¿qué más hacen? No hubo respuesta y fue necesario explicarlo.

Conversamos de algunos ejemplos hasta que, aparentemente, había quedado claro que “trabajaban las leyes” como dijo uno de los asistentes. Pusimos también ejemplos de lo que no podían hacer porque no les correspondía y no tenían los medios para realizarlo; insistí en las que eran sus únicas funciones.

Para comprobar que había trasmitido el conocimiento necesario hice otras preguntas y para todas hubo respuesta acertada, excepto para la última: “Si un candidato a diputado les ofrece pavimentar la calle, ¿ustedes votan por él?”. La respuesta fue casi unánime, sí. Argumenté “pero ustedes ya saben que está mintiendo porque no puede, no está entre sus atribuciones. Pero “por lo menos que ofrezca” fue la respuesta.

¿Tendremos algún día políticos que consideren esto como una prioridad y actúen en consecuencia?

Salí de allí deprimida, era evidente que habían entendido mientras manejábamos conceptos, pero que se negaban a aplicarlo a la realidad. En otras palabras, ponían su esperanza en las promesas, que eran solo palabras.

Es lo mismo que sucede hoy, con la diferencia de que el engaño les llega de manera más sofisticada y tiene mucha más fuerza. La pregunta en este caso es: ¿qué clase de ser humano es quien manipula los anhelos del pueblo al que dice querer servir? Alguien que utiliza la pobreza y la ignorancia de sus conciudadanos para llegar al poder y conservarlo, ¿hará algo por combatir esa amarga realidad?

Han pasado los años y estamos igual o peor que ayer. La democracia requiere ciudadanos con capacidad de análisis, que tengan el valor de elegir con libertad, que participen en construir un futuro común y no solo lo padezcan. ¿Tendremos algún día políticos que consideren esto como una prioridad y actúen en consecuencia? (O)