El domingo 19 de agosto de 2018, un medio de comunicación titulaba en primera plana que “Era del robot aminora plazas de empleo”, mientras que el miércoles 9 de diciembre de 2020 el diario EL UNIVERSO decía que “La cuarta revolución industrial reta a innovar”. Se afirma que la tecnología de hoy ya incluye robots con inteligencia artificial (IA) que hacen más automática y precisa la producción en las fábricas del mundo y que Ecuador no es la excepción. Estamos ante la denominada cuarta revolución industrial. Y la pregunta es ¿cómo la enfrentamos?

Mientras leía las noticias referidas, no podía dejar de pensar en La Caverna, novela de José Saramago, Premio Nobel de Literatura de 1998, en cuya narrativa se describe un mundo en rápido proceso de extinción, mientras que otro crece y se multiplica. La obra del portugués relata un modo de vivir que cada vez va siendo menos el nuestro, en el que todos los días se extinguen especies, cada día hay profesiones que se tornan inútiles, idiomas que dejan de tener personas que lo hablen y tradiciones que pierden sentido.

En ese escenario, recuerdo lecturas de Wassily Leontief, otro laureado con el Nobel, quien escribió en 1983, que “el papel del ser humano como factor más importante en la producción está condenado a disminuir, del mismo modo que el papel del caballo en la producción agrícola primero disminuyó y luego desapareció debido a la introducción del tractor”. Obviamente las personas no son caballos. Un caballo sólo puede aprender ciertas cosas. Las personas, en cambio, pueden aprender y desarrollarse en un grado muy superior. La cuestión no es tan fácil como invertir más dinero en educación y celebrar abrazados por la economía del conocimiento. Realmente todos deberíamos inquietarnos. Incluso las personas con un título colgado en la pared tienen razones para hacerlo. Un ejemplo clásico es William Leadbeater, quien estaba preparado para su empleo cuando en 1830 fue reemplazado por un telar mecanizado. El tema no era la falta de educación de William, sino que sus capacidades eran superfluas para ese momento de la historia. A esto es lo que nos enfrentamos.

La aparición del microchip y del contenedor hizo que el mundo se redujera significativamente y que los servicios, artículos y el capital transitaran el mundo de una manera más expedita. La tecnología y la globalización avanzaron de la mano y más deprisa que nunca. Entonces ocurrió algo que nadie había imaginado. El apogeo de las ventas por Internet sobrellevó la perdida de millones de trabajos en el comercio convencional. Como lo explicaba proféticamente el británico Alfred Marshall en el siglo XIX, “mientras más pequeño se hace el mundo, menor es el número de ganadores”.

Sin duda alguna todo ocurrió muy rápido. Mientras que en 1964 las cuatro empresas más grandes de EE. UU. tenían un promedio de unos 430.000 empleados, en 2011 sólo contaban con la cuarta parte de esa cifra como trabajadores, a pesar de valer el doble. Lo cierto es que cada vez se necesita menos gente para crear un negocio con éxito, lo cual significa que, cuando un negocio triunfa, cada vez se beneficia menos gente. Interesante y preocupante indicador.

Académicos de la Universidad de Oxford calculan que al menos el 47% de todos los empleos de EE. UU. y el 54% de los de Europa corren un alto riesgo de ser usurpados por máquinas, en los próximos veinte años. No hay duda de que esto sucederá, la única interrogante es cuánto tardará exactamente en producirse.

Carrera contra las máquinas fue el título escogido por Rutger Bregman para uno de los capítulos del libro “Utopía para realistas”, obra en la que el autor realiza un planteamiento digno de ser sometido al más amplio debate en todas las esferas e instancias posibles y, especialmente, en el ámbito académico. En el libro de Bregman se afirma que “El modelo de sociedad actual no se sostiene”, y se nos invita a imaginar un nuevo modelo de sociedad, mensaje que debería calar profundamente en nosotros y despertar –al menos– una mínima inquietud sobre la posibilidad de un mundo mejor.

La humanidad tiene un reto que debe enfrentarlo con educación, emprendimiento y creatividad, para lo cual las universidades deben presentar a la sociedad una oferta académica que cualitativa y cuantitativamente cumpla con las exigencias que el mundo plantea. Para ello, las entidades a cargo del sistema de educación superior deben ser las primeras en impulsar carreras y programas acorde a los nuevos desafíos, para lo cual es indispensable que la educación media (escuela y colegios) sea también inmediatamente reformada. Sin estudiantes que postulen a esa nueva oferta académica en las instituciones de educación superior del país, no habrá manera de mantener una nueva oferta educativa y el esfuerzo de las universidades sería en vano. Deben, entonces, desarrollarse muchos sectores del país para que este eje de acción tan necesario de cualquier gobierno decente deje de ser una utopía y se convierta en realidad. Será fácil criticar y decir que gratis es soñar, pero me quedo con las palabras sabias de Oscar Wilde cuando dijo que “el progreso es la realización de utopías”. Si algo necesita el Ecuador es precisamente progresar. Hay que soñar, y recordar a quienes sostienen que no hay nada más real que el sueño de un ser humano convencido de lo que quiere y merece.

Prepararse académicamente es el único camino para enfrentar la cuarta revolución industrial. En la era del microchip (del contenedor y de la venta por internet), ser un poco mejor que el resto significa no sólo ganar la batalla, sino ganar la guerra para perdurar en el tiempo dignamente. (O)