Mucho se hablará de sus virtudes, que no fueron pocas, y del estadista que fue, en un país que ya casi no tiene ni le interesa tener estadistas. También se hablará de su monumental Enciclopedia de la política, a la que dedicó más de 20 años, con 14 horas diarias de trabajo sobre el teclado. Lo cierto es que su vida política e intelectual, así como la deportiva, reflejan un tiempo, el suyo, el de su existencia, y la forma en que lo utilizó.
Borja fue un personaje inmenso para el Ecuador. Propuso justicia social con libertad, en un país sin justicia social ni libertad. Para ello, fundó un partido de masas, es decir, anclado en la realidad de las mayorías y no en el poder de las élites latifundistas y el establishment. Es probable que, con el tiempo, todos nos volvamos inevitablemente parte de ese estado de cosas que quisimos cambiar, precisamente por no haberlas cambiado. Pero la Izquierda Democrática que él dirigió fue, ante todo, un partido. Ni de lejos se compara a las repugnantes agencias de marketing político de hoy, que se arriendan y se venden.
Fue inédito en la historia ecuatoriana el hecho de que, en boca de Borja, palabras como democracia, Estado de derecho o constitución no fueron pretextos para defender los privilegios de los poderes económicos de la Costa y la Sierra. Por el contrario, fueron conceptos por primera vez usados para defender los derechos de las clases populares. Recibió en Carondelet el primer levantamiento indígena y se comprometió a trabajar por ellos. Para él no eran los enemigos del Estado ni de Quito, sino su causa política, su compromiso, su anhelo de futuro.
Borja fue quizá el último verdadero líder de masas que Quito ofreció al Ecuador. Esto es especialmente relevante, y doloroso, en una época en que la ciudad capital carece de líderes y se volvió incapaz de generar y defender un proyecto de país. Si algo le debemos a Borja, es el deber construir alternativas políticas y de futuro, como lo hizo él, con seriedad y coraje.
En una sociedad que enarbola la violencia política, Borja fue civilización. Quizá demasiado. Pero, al menos para mí, fue una anomalía feliz el comprobar, con su gobierno y quehacer político, que este país sí puede, aún, recuperar un rumbo democrático y de justicia social. Su retiro de la política, tras perder las elecciones de 2002, provocó una duda enorme: ¿cuál es el rol de un expresidente democrático? Muchos lo juzgaron. Hoy creo que fue valiente distanciarse de la vieja práctica de quienes quieren dominar los destinos ecuatorianos hasta su último día, como su hacienda.
Cuando fui adolescente lo entrevisté. Me habló de su amor al deporte, su pensamiento, sus anécdotas y sus caminatas de noche, por el centro, para lograr un “descanso espiritual” en los agobios de la presidencia. También me dio un consejo que nunca he olvidado: “Ser joven no dice mucho; el joven bien preparado es otra cosa. Yo confío ciegamente en el joven que se ha cultivado, que ha leído, que ha investigado, que se ha quemado las pestañas y ha aprovechado bien el tiempo. El consejo que siempre doy a los jóvenes es que no desperdicien el tiempo”. (O)