Hace unas semanas hablaba con un amigo sobre el tema del desapego. Me dijo que hay momentos en los que es necesario agradecer la presencia de alguien en tu vida, acoger la enseñanza del tiempo que transitó por tus días, y luego, dejarlo ir. Me quedé recordando las veces que me ha costado soltar, pero con el paso del tiempo, reconocí que fue lo mejor. Así que reflexiono: ¿Hasta qué punto nos aferramos a las personas pese a tener claro que el ciclo terminó?

...siento que no puedo darme a medias o calculando los pasos, creo que la única forma de vivir es darse por completo.

Recuerdo haber leído que Bukowski afirmaba que conformarse con cualquiera para no estar solos era la mejor descripción de infelicidad. Creo que aferrarnos también lo es, porque en una vida plena no cabe la obligatoriedad. El amor debe ser un ejercicio de libertad. Amar con la puerta abierta, es decir, tener consciencia de que la salida está disponible, pero todos los días elegir quedarnos, y en el momento que sintamos que ese ya no es nuestro lugar, poder irnos en paz; sin dramas, culpa, ni dolor.

De esta manera, viendo la vida como un constante aprendizaje y recordando que todos tenemos una misión en nuestra vida y una función en la de los demás podemos ser gratos con personajes extraordinarios, pero de tiempo limitado. Por tanto, es necesario aceptar la presencia de estas aves de paso, que llegan en momentos claves trayendo música, risas, e historias nuevas, para días grises. Son personas con quienes sentimos una conexión casi inmediata y son un regalo de la vida para recordarnos cosas que tal vez hemos olvidado por vivir en medio de agobios y problemas. Así que cuando recobramos la visión positiva de nosotros, estamos fuertes otra vez, sentimos que estamos enfocados y de regreso para luchar por nuestras metas, estas personas suelen irse. Usualmente no comprendemos, nos cuestionamos si hicimos algo mal y estamos tentados a caer de nuevo en la tristeza, pero es aquí cuando debemos detenernos y reconocer que su función en nuestra vida terminó, por eso deben marcharse. No hicimos nada malo, no debe haber resentimiento, solo agradecimiento. Tomar lo bueno que nos dieron para dejarlos partir.

Por supuesto, no es tarea fácil de aceptar o ejecutar, pero es fundamental para nuestro desarrollo personal. Tratar de retener a alguien que quiere irse implica un desgaste emocional que afecta hasta nuestra autoestima. Las personas no somos domesticables, somos seres libres y aunque los sentimientos nos traicionen, la mayor prueba de amor es dejar en libertad a quien ya no quiere quedarse. Tomar lo bueno de cada persona que conocemos es lo ideal, agradecer por aquello que la vida nos otorga como un regalo, prioridad. Dar lo mejor de nosotros, una necesidad. Tal vez, es un error, pero siento que no puedo darme a medias o calculando los pasos, creo que la única forma de vivir es darse por completo. Por supuesto, podemos salir lastimados, pero lo aprendido queda, además, actuando de esta manera, nunca tendremos la duda ¿qué hubiera pasado si hubiese dado más? Cuando entregamos todo, manejamos esa tranquilidad, sin importar el resultado de la relación. Finalmente, replico las palabras de Jean Baptiste Massieu: “La gratitud es la memoria del corazón”. (O)