Uno puede desarrollar muchas explicaciones sobre la última barrida arancelaria que hizo el presidente estadounidense Donald Trump en vísperas del 1 de agosto, como había prometido. Pero la verdad es que jugar con los aranceles es hasta ahora su única doctrina económica y la más exitosa para mantener abiertas las primeras páginas de diarios alrededor del mundo y a sus líderes al filo de la navaja. Esa es la primera y más importante prioridad de Trump, tal vez la única. Y –a diferencia de lo que pasó durante su primera administración– solo “oficiales” sin trayectoria, que han jurado lealtad a esta idea, siguen en su equipo de gobierno.
La jugada ha funcionado hasta ahora por tres razones fundamentales. Primero, la mayoría de países han dejado que el miedo –no la estrategia– domine su relación con EE. UU. Gobiernos que se apuraron a hacer concesiones sin más o incluso se declararon los mejores aliados estadounidenses, terminaron más castigados que los que mantuvieron silencio y ejecutaron una estrategia efectiva y silenciosa. Segundo, los mercados bursátiles entendieron que esto sería un juego permanente, con extensiones, cambios de parecer y dilaciones. Por eso la bolsa se ha recuperado ostensiblemente desde el 1 de abril, ofreciéndole espacio y capacidad de maniobra a Trump para insistir en lo mismo. Finalmente, ha sido una manera efectiva de “castigar” conductas y políticas de Gobiernos no alineados.
Por estas razones, la lista de países castigados con aranceles adicionales no sigue un patrón lineal. En América Latina, por ejemplo, el más castigado es Brasil, pero no por su política de claro distanciamiento global en temas como Ucrania, Palestina y BRICS con la administración estadounidense. El factor decisivo fue su deseo de torcer el brazo a la justicia brasileña en el caso Bolsonaro. Y eso que el superávit comercial con Brasil es significativo desde hace años.
Del otro lado, están los casos de Costa Rica y Ecuador. Sus Gobiernos se jactan de una relación muy cercana con la administración Trump, con invitaciones a Mar-a-Lago. Nada de esto evitó el 15 % de castigo. Tener un TLC o no tampoco hizo una diferencia, pues Costa Rica es signatario del Cafta. Es tragicómico que su sentencia arancelaria sea la misma que para Venezuela, Bolivia o Nicaragua, ¿verdad?
¿Se preguntan por qué Chile o Perú ni siquiera fueron mencionados? ¿Sabían que Chile ni siquiera será afectado por el 50 % de aranceles adicionales al cobre? Para ir más allá de la crítica y enmendar a futuro, recuperó el segundo punto de mi explicación: nada detiene mejor a un negociador impredecible, estrambótico y egocéntrico como Trump que una estrategia silenciosa, simbólica y muy bien ejecutada. El embajador de Chile llamó a un representante del Departamento de Comercio para pedir explicaciones ante el anuncio, no al contrario. Chile mantuvo una política exterior autónoma, con un presidente muy vocal en el tema palestino, nunca interesado en una audiencia con Trump. Perú escogió el silencio, no responder, no engancharse en una negociación que sabe que no puede ganar. Esa es también otra opción, tal vez más efectiva con un mandatario que no busca aliados, sino imponer su voluntad a rajatabla. (O)