“Ajuste de cuentas = figura legal inexistente que deriva en el archivo inmediato y descomplicado de un caso de asesinato en cárceles, vía pública y hasta el interior del domicilio mismo de la víctima”. “Dícese del hecho de sangre en el que tanto el hechor como la víctima pasaron de socios a rivales irreconciliables, por razones poco santas”. Primo cercano del “se lo merecía” y del “está bien, por andar en malos pasos”. Por suerte, ninguna de las anteriores definiciones consta en diccionario alguno, menos aún en algún cuerpo legal vigente en el país y en ninguna legislación del mundo occidental. Por desgracia, en cambio, conceptos afines a esos son absolutamente tolerables y expresables, sin ruborizarse, en su orden, por policías, fiscales, jueces, vecinos, curiosos, parientes y hasta reporteros que, micrófono en mano, expresan aquella “sentencia”, sin someterla al más mínimo análisis lógico.

Los demás debemos entender, cuando escuchamos hablar de un “ajuste de cuentas”, que se trata del epílogo fatal de una disputa entre miembros de bandas de criminales, que “lavaron” la traición o el abuso de la confianza con sangre. Mataron a quien los delató o traicionó, con el único método que las mafias consideran efectivo y ejemplarizador. Pero… ¿todos los sicariatos que ocurren en Guayaquil y cantones cercanos reúnen esas características? ¿Puede llegarse a esa conclusión policial y reporteril ahí, ante un cadáver aún tibio? O se procura dar a una audiencia, saturada y con hastío ante el delito, justamente lo que quiere escuchar, sin hacer alguna indagación básica.

Si yo decidiera dar a mis lectores solo lo que les agrada leer, sin duda no me aventuraría a topar este tema, por el riesgo de fisurar la diminuta satisfacción que para algunos significa que los “maleantes se maten entre ellos”, como si eso solucionase el galopante ambiente de inseguridad de la ciudad y su zona aledaña.

Por antipático que resulte, los asesinatos como los que se cometen en los alrededores de puertos infestados de narcotráfico, por ejemplo, deben ser investigados antes de dar un criterio sobre cuáles pudieron ser sus móviles. Una reflexión inicial permitirá notar que tanto como la posibilidad de que se trate de la muerte de un delincuente ejecutada por sus afines, puede también tratarse de alguien que se negó a cometer un delito o que pensó que delatando a esos delincuentes daba su contribución a la sociedad. Incluso puede ser alguien que nada tiene que ver con los financistas de sicarios que suelen confundirse con frecuencia.

Y a los reporteros que repiten sin reparos esos criterios hay que pedirles que revisen, entre otros, el caso Las Dolores, que tuvo como escenario una cadena de farmacias en Guayaquil. Allí se llegó a decir a priori que lo ocurrido en el interior de esta era un “ajuste de cuentas” entre maleantes, para poco después descubrir que se trataba de, entre otros, un padre que estaba allí comprando pañales para su hijo recién nacido y a cuyo cadáver se le había acercado un arma para aparentar su participación. Es por eso que cada vez que escucho a los reporteros decir “ajuste de cuentas”, me dan escalofríos. (O)