La interpretación generalizada sobre el resultado de la primera vuelta presidencial en Bolivia sostiene que este constituye el fin de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo (MAS). Pero, como suele ocurrir, también en esta ocasión la realidad no se deja encerrar en una sola frase. Son necesarias unas cuantas más para comprenderla, porque se trata de un momento complejo, en el que algunas cosas terminan, otras comienzan y unas terceras se mantienen.

Comencemos por las últimas. Según observadores agudos, como Gustavo Fernández, excanciller boliviano, los cambios que vivió Bolivia en las últimas dos décadas dibujaron un país radicalmente diferente al de la segunda mitad del siglo XX (que estuvo marcado por la revolución de 1952). En su opinión, en el occidente del país se ha instalado un capitalismo popular, con una proliferación de pequeñas y medianas empresas, muchas de estas vinculadas al exterior, mientras en el oriente se ha desarrollado una pujante economía agropecuaria y minera relacionadas con Argentina y Brasil. En esta nueva realidad habrían surgido nuevas identidades sociales que serían uno de los factores que explicarían el resultado electoral, especialmente el sorpresivo primer lugar de Rodrigo Paz. Por tanto, tratándose de identidades que no nacen al amparo de un discurso ideológico, sino de la condición socioeconómica, será difícil que un nuevo gobierno pueda ignorarlas y mucho menos ir en contra de la corriente.

Sobre las cosas que terminan hay más dudas que certezas. Quienes aseguran que fue el fin de Evo presentan como evidencia las bajas votaciones de los candidatos de izquierda, incluyendo a Andrónico Rodríguez, que inicialmente debía ser su designado. Sin embargo, la misma magra votación de este puede interpretarse como un resultado de su decisión de correr sin la bendición del líder único y dueño del MAS. Además, es verdad que sumados todos ellos apenas rebasan el 10%, pero a esto hay que añadir el voto nulo -que fue la propuesta de Evo-, que casi triplicó su promedio histórico y bordeó el 20%. Es probable que el MAS desaparezca o, por lo menos, que no vuelva a ser lo que era, pero sobre su líder-propietario no se puede decir lo mismo. Es mejor no apresurarse a cantar el réquiem porque esos liderazgos son capaces de sobrevivir incluso a las denuncias de pederastia.

En cuanto a las cosas que comienzan sí hay mucho que decir. Es innegable que después de veinte años, apenas interrumpidos por el gobierno sin rumbo de Jeanine Añez, la ausencia del MAS en la Presidencia y en el Legislativo marcará una gran diferencia (aunque seguramente se mantendrá en las calles). Posiblemente, la más notoria será la ausencia de un presidente fuerte que, con su sesgo autoritario y su base organizativa sindical-campesina, podía ejercer un control firme de las instituciones y de la siempre activa sociedad boliviana. Ninguno de los candidatos que se enfrentarán en la segunda vuelta tendrá esos factores a su favor. Es más, uno de ellos, Rodrigo Paz, que aparece con más posibilidades de triunfo, tendrá que cuidar la propia tienda que ya está siendo amenazada por las declaraciones disonantes de su compañero de binomio.

Lo que ha sucedido no se debe a que la sociedad boliviana sea abigarrada, como sostiene una verdad de Perogrullo (como si todas las demás no lo fueran). Son las sorpresas que se producen cuando agoniza el caudillo. (O)