La definición de adicto se ha generalizado a cualquier compulsión que implique afición a un objeto o persona. Instagram o casinos; aparatos tecnológicos o comida; pornografía o bótox; alcohol o drogas; calmantes o tabaco; él o ella. Cuando la adicción traspasa el umbral de la mesura y se vuelca en sometimiento incontenible hacia una cosa o persona el tema es más grave.

En Ecuador se enfatiza más la lucha contra el narcotráfico –cuyo esfuerzo aplaudimos– que la comprensión subjetiva del consumo y sus causas. Casi no se aborda el porqué o la función que cumplen las drogas como respuesta a la insatisfacción personal en el mundo contemporáneo. Es una “época toxicómana” (F. Naparstek) con efectos en las relaciones subjetivas. Si antes se reprimía el exceso de satisfacción, hoy la ciencia y el capitalismo lo liberan masivamente con el “todo vale, sin límites”.

En tiempos antiguos había un consumo restringido de sustancias tóxicas como en los rituales sagrados, anota Juan de Althaus. Su uso apuntaba a fortalecer los lazos sociales. En el s. XX el alcohol y la marihuana se empleaban como forma de rebelión ante la cultura dominante generando identificaciones grupales de resistencia. Hoy nos preguntamos qué es una adicción.

La paradoja del bien, nombrada por Freud como un oxímoron, es citada por E. Sinatra: “El bien al que alguien apunta no coincide necesariamente con su bienestar (…), uno puede buscar su bien eligiendo el malestar más extremo”. La pulsión de muerte latente mina la esperanza en el porvenir; “que el hombre quiera su mal como el bien más preciado no cabe en ninguna racionalidad”.

Para E. Laurent, la industria de la muerte de las drogas podría legalizarse bajo las leyes del mercado, “pero hay que reconocer que se limita solo a eso”. Cita la tesis de Lacan sobre la toxicomanía como una “tesis de ruptura sobre el goce” así como del lugar del padre en nuestra civilización. Es decir, la autoridad paterna clásica de la ley es licuada y sustituida por un síntoma social a debatir.

La adicción como afición extrema es acogida por N. Bousoño desde sus tres elementos: la afición; lo extremo, el exceso que puede volverse mortífero; y el objeto, ese algo o alguien impreciso: “En las adicciones se trata de relaciones con objetos o prácticas que, por la vía de una satisfacción, pueden llevar al aficionado al extremo de una dependencia que ponga en juego su vida misma”.

Medicar a un adicto dependiente y no pensar en la función de su adicción trae consigo desresponsabilizar al sujeto de actuar sobre su propia compulsión. Siendo una decisión íntima y angustiante no es sencilla de tomar y requiere un diálogo con expertos. De no hacerlo, repetirá su conducta o la reemplazará con otra igual de adictiva: “Aparentemente aquel que se entrega a los estupefacientes es indiferente a lo que toma. Toma lo que hay” (J. Lacan).

Adicciones, asunto complejo vinculado a las marcas del lenguaje en el cuerpo, y a su carga afectiva, donde el goce excesivo congela el funcionamiento del deseo, de aquello que nos mueve a lograr un espacio moderadamente placentero en la vida, más allá de las desdichas. (O)